Paradojas de la justicia y del amor
De lo particular a lo universal, la versión americanizada de “El secreto de sus ojos” gana en actualidad, aunque mucho más ajustada al género del policial negro y desprovista del encanto original. Son varios los interrogantes que surgen después de visionar la película. El primero, es si pierde en la comparación con el original y si funciona de manera autónoma como thriller. La impresión en general es que estamos ante un auténtico policial negro, austero y tan desesperanzado como corresponde al género.
Sus protagonistas son perdedores resignados que mantienen en algún lado un potencial de afecto que solamente cuaja en la amistad o en el vínculo materno-filial, sin espacio para el amor; cuando en la versión de Campanella había dos historias románticas muy fuertes y que funcionaban como eje sobre el que también se insertaba la búsqueda subjetiva de justicia, ante el inquietante vacío de lo institucional. También se echa de menos la ausencia de humor, aunque se intenten algunos chistes como el del teléfono equivocado en la oficina, que tan bien le funcionaba a Francella.
Gradualmente van apareciendo segmentos conocidos, escenografías parecidas como los interiores llenos de libros, carpetas y papeles con puertas y estantes, donde predomina el marrón y el sepia. También frases ya escuchadas, casi iguales o con alguna pequeña variante, dada la mediación de la traducción.
Empieza con un convincente actor (Ejiofor) que interpreta al héroe duro pero de buen corazón, mirando prontuarios con fotografías de reos en el presente (situado varios años después del atentado a las Torres Gemelas), mientras en montaje paralelo se muestra difusamente, sin rostros visibles, la escena del asesinato de una joven, en lo que parece una proyección de la conciencia del protagonista, obsesionado por ese hecho, desde hace más de una década.
Seguidamente, un cartel indica “13 años atrás” y el tiempo desemboca en la cotidianidad de una oficina del FBI, con el chistoso de turno que atiende el teléfono con bromas sexuales. Allí trabajan Ray (Chiwetel Ejiofor) y Jess (Julia Roberts), una dupla de amigos inseparables, junto con la supervisora del Fiscal del Distrito, Claire (Nicole Kidman), recientemente incorporada, por la cual Ray se siente muy atraído, con una especie de amor imposible, porque ambos tienen su respectiva pareja.
Similitudes y diferencias
El protagonismo del azar también desempeña un rol decisivo: la víctima (la hija adolescente de Jess) se enfrenta por casualidad con el asesino, en un espacio donde en realidad debía encontrarse con ese “tío del corazón”, que para ella representa la figura de Ray. En la actualidad, el protagonista está retirado de su oficio como investigador, pero la búsqueda del criminal no se ha interrumpido un solo día a lo largo de trece años, justo cuando Ray por fin encuentra una pista con la que confía resolver el caso. Y aunque pueda tratarse de una pista falsa, sirve para que la verdad salga a la luz.
Billy Ray es un cotizado guionista (“Los juegos del hambre” y “Capitán Phillips”, por ejemplo) y aquí construyó una compleja estructura que va y viene en el tiempo, donde poco queda del costumbrismo porteño de Campanella, para dar lugar a un thriller más seco y amargo. “Secretos de una obsesión” flaquea en los aspectos donde “El secreto de sus ojos” era pura contundencia: la química entre los personajes y los climas.
Las variaciones han sido importantes, no sólo en la ambientación sino también en la construcción de los personajes y hasta en el desenlace. Las secuelas de la dictadura argentina han sido sustituidas por la lucha antiterrorista. Pero ninguna de las escenas clave que tanto impactaron en su momento ha sido excluida y se reconstruyen a su manera, sustituyendo el fútbol por el béisbol o el personaje de Pablo Rago por el de Julia Roberts, probablemente la diferencia más fuerte.
Más adaptación que remake
Aunque producida sobre la base del guión original, la película no es lo que se dice una remake propiamente dicha, sino más bien una adaptación, tomando algunos puntos en común pero desarrollando un argumento propio. Esto no la desmerece, aunque sea difícil separarse del filme argentino que recibiera en 2010 el Oscar a la Mejor Película Extranjera.
La precisa narrativa de Billy Ray tiene su brillo y escenas efectivas que, si bien no resultan avasallantes en cuanto espectacularidad, sostienen un relato contenido y sobrio, que sale airoso de la dificultad de tener como punto de referencia a una de las mejores películas argentinas de los últimos tiempos.