Si alguien podía honrar la tradición gótica norteamericana era un español, y eso es lo que hace Sergio Ramírez, el guionista de El Orfanato, en su primer largometraje como director. Secretos ocultos retoma los tópicos de la mansión solitaria y de las familias trágicas y los convierte en temas de una especie de oda al terror psicológico.
Una madre enferma y sus cuatros hijos huyen de un oscuro pasado en Inglaterra y se instalan en la campiña de los Estados Unidos. Pasan un primer verano idílico, pero la madre muere, y los cuatro chicos (tres adolescentes y un niño) deben guardar el secreto de su muerte para que no los separen.
Una buena parte de la película es la exposición de la vida de esos niños solitarios, el mundo que crean para sí mismos, aislados del resto de la sociedad, apenas conectados con el pueblo a través del hermano mayor y de una chica de una villa vecina. Esa burbuja espacio temporal siempre está a punto de estallar, amenazada tanto por fuerzas naturales como sobrenaturales.
Ambientada en 1969, Secretos ocultos se inscribe en la tradición del terror de calidad que inauguró Psicosis, de Alfred Hitchcock, a principios de esa misma década y que por fortuna ha sido revisitada en varias producciones del género en los últimos tiempos. En ese mundo ficcional, rige un sentido sutil del suspenso, casi relajado, porque antes que centrarse en las acciones, la narración evoluciona a través de los personajes, a los que el director quiere tanto que pareciera tratar de evitarles sufrimientos innecesarios.
Sánchez no se obsesiona con generar miedo, menos con asustar, sino que opta por internarse en el misterio y manipular las expectativas del espectador. En determinado momento, incluso, se anima a provocar cierto vértigo mental (no perceptivo) con un montaje paralelo en el que convergen dos secuencias temporales distintas.
Los pocos defectos que presenta Secretos ocultos están vinculados con cierta urgencia mecánica de que la historia avance, como si de pronto perdiera la paciencia y diera un salto adelante. Esas disonancias no alteran, sin embargo, lo esencial de esta oda en homenaje al gótico americano, tan oscura, bella y melancólica que casi renuncia a ser una película de terror.