En un contexto de cine de terror hiperdiseñado para el consenso tanto crítico como de cierto público (que privilegia lo académico), aparecen casos donde el resultado es inusual y donde, de alguna manera, las cosas se organizan teniendo por encima una fuerte voluntad narrativa. Una excepción de este año fue Un lugar en silencio (A Quiet Place) de John Krasinski, que tenía una premisa casi formalista (la idea de sobrevivir a través del silencio) y terminó construyendo un interesante drama familiar. En el caso de la española (aunque hablada en inglés) Secretos ocultos, ya su propio casting proponía una afinidad con algunos hits del momento: Charlie Heaton es el adolescente sensible de Stranger Things, George McKay había trabajado en una adaptación televisiva de Stephen King y Anna Taylor-Joy tuvo su boom con la pretenciosa The Witch.
A principios de la década del 2000, con películas como Sexto sentido o El club de la pelea, las historias con “vuelta de tuerca”, esos giros finales sorpresivos concernientes a la identidad de los personajes, eran una moda. Casi siempre eran recursos descartables, que sacrificaban la totalidad del sentido del relato por un efecto de shock. En esa anulación de lo anterior se suele perder lo cimentado previamente para hacerlo chocar con una nueva realidad, que nos indica que había algo que veíamos mal. En los peores casos no veíamos mal, veíamos bien, pero la película decidía cómo llevarnos a ver mal. Podemos enojarnos con la trampa si es oportunista, pero en los mejores casos ver mal era la expresión de nuestra relación con lo evidente. Ver bien no es entonces revelar nuevos datos que no fueron mostrados, sino volver a mostrar lo que siempre pudimos haber visto o notado. La maestría en este punto la tuvo siempre De Palma, siguiendo una lógica hitchcockiana.
Secretos ocultos arranca como una tragedia familiar en la historia de la unión entre cuatro hermanos. Tras la muerte de la madre, se nos abre un conflictivo pasado con un padre abusivo. Los hermanos huyen de aquel pasado tratando de construir una nueva vida. El lugar en cuestión es una lúgubre casa, donde también se pone en juego un fino límite entre lo realista y lo fantástico. Sin ánimos de spoilear, la película llega a un punto en el que las cosas se dan vuelta, pero afortunadamente, su núcleo dramático sigue intacto. La realidad presentada es nueva, la anterior había sido fotográficamente tramposa, aunque los indicios estaban por todos lados. Esa tensión con la anterior revela algo: no es que habíamos visto mal, sino que lo que veíamos estaba en otro orden de relato, como si se tratara del despliegue visual (convertido en universo) de la forma de ver de uno de los personajes. Sería absurdo si se tratara de una mera imposición, en este caso el corrimiento no se aparta del drama central. Porque en este film lo importante pasa siempre por la relación con el padre y con los muertos.
Al fin y al cabo, como un lugar común (y no por eso malo) del cine de terror, volvemos al tema de los rituales para con los muertos. No voy a adentrarme en determinar si el padre fue muerto o no (porque como el giro es útil sigo sin ánimos de spoilear), pero quizás sea importante entender que en el terror lo profanado se vuelve monstruoso, más aún si pretende ser olvidado. Cosechamos lo que sembramos. En definitiva siempre se trata de un regreso monstruoso, y si entendemos esa parte podríamos, con algunas buenas ideas y estrategias, llegar a un lugar interesante.
Actualmente las vueltas de tuerca pasaron de moda. Los espectadores nos dimos cuenta de la trampa, y ya se convirtieron en un recurso barato, poco celebrado, y catalogado como obvio. Pero con Fragmentado (Split, 2016) sorpresivamente, Shyamalan (el rey de la trampa fácil) logró que ante eso se imponga la película y no al revés. Las vueltas de tuerca pueden dejar de ser una simple herramienta de shock para ser un lugar dado en el relato, aceptado, del que se puede partir para luego seguir narrando, expandiendo el universo. Así funciona también Secretos Ocultos. Porque de alguna manera ese universo siempre es relativo, y lo fantástico se ajusta hasta a las explicaciones más realistas: fantástico es el cine y nuestra percepción se nutre de aquello, tal vez volviéndonos un poco locos, pero haciéndonos convivir con las variantes y aspectos de una idea sin que necesitemos una droga o un saber positivo (que en el cine son casi lo mismo) para que nos cure.