Retrato de corrupción moral con un periodista que dice luchar contra los corruptos. Algo así propone esta película de Eduardo Pinto (Caño Dorado, Palermo Hollywood), un policial negro centrado en los siniestros laberintos de la trata y la explotación de mujeres. Cruzado con asuntos tan actuales como las fake news y las “operetas” entre empresarios poderosos, políticos, periodistas con ganas o necesidad de lucirse.
Una chica que quiere largarse de su “pueblo de mierda” a toda costa, acepta la propuesta de un empresario de relaciones públicas que le promete hacerla famosa. La prostitución vip está implícita y las cosas le salen enseguida demasiado bien y demasiado mal. Su mánager la instala como atracción principal de un salón con sector vip al que es habitué el periodista (Machín), que necesita una noticia que le dé rating y lo mantenga vigente.
El problema de Sector Vip, que así presentada suena a sin duda atractiva, es que nada es creíble. Nada fluye, en una narración que se empantana en cada escena, con diálogos declamatorios y personajes sin dimensión. Parecen puestos allí para hacer evidente la premisa, como si cumplieran con el guion en lugar de respirar, respondiendo a nombres como Giny o Paul. Es que demasiados clichés se acumulan sobre ellos, dibujados con estereotipos del relaciones públicas canchero y siniestro, la chica (casi) dispuesta a todo para ser famosa, el periodista que ya dijimos. La insistente música “de discoteca” tampoco ayuda a que la narración se desarrolle con algo parecido a la desenvoltura. Y todo termina por sonar a tesis anticuada, que se queda señalando con el dedo en lugar de creer de verdad en sus criaturas y lo que les pasa.