Buenos Aires brilla en su impronta de policial negro, cae la noche y se conjuga el escenario perfecto para ver debatir ambición y corrupción. Esta vez pasamos al Sector VIP, conocemos sus turbios personajes, sus historias de sed de poder y gloria. Solo por esta vez saldremos sin tener que dar nada a cambio.
Eduardo Pinto retrata Buenos Aires nocturna con gran soltura (ya degustamos estas puestas en sus predecesoras Palermo Hollywood, Caño dorado y Corralón, combinación de polvos que darán lodos después, subterfugios sintéticos de prostitución. La historia tiene dos prisioneros, por un lado, Ginny (Martina Krasinsky), la carismática y ambiciosa chica pueblerina que se entrega a bailar por su sueño. Mágico inter-terror, su sonrisa oferto y vendió al más salmón de la ciudad. El rápido ascenso de Ginny a las marquesinas de calle Corrientes es la cara publica de su arduo trabajo, un mundo hiperrealista de sórdidos amos y esclavos.
Por otro lado, Santos (Luis Machín) es un periodista arruinado, desesperado por las deudas y una vida familiar en quiebra. Su vocación y convicción periodística lo lleva a vagar errante entre coimas y culpas, consumando su plena decadencia al convertirse en un operador del poder. Paradójicamente todo a su alrededor lo empuja sádicamente a renunciar a su convicción para con la verdad y la justicia. Antihéroe lánguido, su villanía latente rompe con el poco decoro de su persona, consagrando la máscara de la hipocresía y la corrupción periodística.
Se respira el clima de “apriete”, ese que recuerda con tanta fidelidad a Juan Carlos Descalzo, la ciudad es esa pegajosa telaraña donde los personajes se debaten moscas y arañas. Una extensa red de poder conjura el escenario para estas sórdidas tragedias, historias de títeres e irrepresentables villanos.
SECTOR VIP
Sector VIP. Argentina, 2021.
Dirección: Eduardo Pinto. Intérpretes: Luis Machín, Martina Krasinsky y Joaquín Berthold. Guion: Rodolfo Cela. Producción: José Campusano. Duración: 109 minutos.