Joven y ambiciosa, Ginny (Martina Krasisnky), sabe que no puede tener la vida que quiere atrapada en el pueblo que la vio nacer. Por eso no duda en aprovechar la oportunidad de escapar cuando conoce a Paul (Joaquin Berthold), un supuesto representante de artistas que parece más que capaz y dispuesto en hacerla llegar a ese mundo de fama y glamour con el que sueña.
El éxito no se hace esperar, como tampoco la revelación de que el precio a pagar para conseguirlo y mantenerlo va a ser bastante mayor del que esperaba.
Por el contrario, Santos (Luis Machín), ya conoció el éxito pero no pudo sostenerlo. Supo ser un periodista relevante pero su carrera viene en lenta decadencia hace varios años, y cada vez su trabajo le interesa menos a un público más interesado en noticias polémicas que en investigaciones profundas. Por eso se ve fácilmente tentado cuando Paul le ofrece una carpeta con jugosa información sobre corrupción política, un informe que sin dudas lo pondrá de nuevo en el ojo mediático si es que se decide a publicarla.
Que conozca el ambiente un poco más que Ginny no significa que no quedará enredado en las mismas trampas y obligado a seguir las reglas impuestas por gente tan poderosa como peligrosa, capaz de arruinarle la vida a ambos sin siquiera pestañear si es que eso es lo que mejor sirve a sus oscuros intereses.
Extorsión, corrupción y esclavitud sexual son moneda corriente en el Sector VIP de ese boliche de moda donde se juntan poderosos de todo tipo a hacer sus negocios y buscar soluciones fáciles a sus problemas en manos de gente como Paul, siempre con el contacto necesario para cumplir los deseos de sus «amigos» por el precio justo.
El mundo que muestra Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Corralón) en Sector VIP es uno del que se sospecha mucho y se habla poco, al menos con conocimiento de causa. No es un gran secreto que la droga y la prostitución VIP son moneda corriente en ese ámbito que puede costearse jugar al borde de la ley, pero en general quienes más conocen esa realidad son simultáneamente quienes controlan las herramientas para contarlo y no tienen ningún interés por hacerlo.
La trama de Sector VIP toca varios temas interconectados, como la conexión entre poder político y económico, sobre cómo tienen en el periodismo a una de sus principales armas para dirimir sus conflictos y cómo entra en ese juego una industria del entretenimiento que vende mujeres jóvenes como si fueran objetos de consumo, disfrazando a la trata de personas con la elegancia de la farándula.
Las dos tramas inicialmente paralelas de Ginny y Santos eventualmente se cruzan en la noche del Sector VIP, como es de esperarse, pero tarda un poco de más y cuando finalmente sucede lo hace con tibieza. No se decide a soltar la decisión de mantenerlos ajenos al sistema que al mismo tiempo los esclaviza y beneficia. La relación entre ambos es mostrada superficialmente en Sector VIP, sin atreverse a ahondar en los aspectos más oscuros y abusivos que obligarían a dejar en clara evidencia de que no están en una paridad de opciones y poder, contrariamente a lo que más de una vez se esfuerza en intentar subrayar la trama.
Quizás sea eso lo que vuelve menos verosímil la contradictoria nobleza de Santos, que sigue proclamándose de moral intachable (y no es cuestionado) mientras sostiene una relación con una joven que podría ser su hija, sabiendo con bastante detalle las condiciones de semi esclavitud en las que vive.
Con un guion que funciona sin grandes complejidades, un elenco que hace un trabajo correcto y teniendo en cuenta los antecedentes del director, no es una sorpresa que en Sector VIP se destaque sobre todo la propuesta visual, cómo es utilizada para narrar y no solo para mostrar. Mientras el mundo de Santos contrasta mostrándose avejentado y tan fuera de época como las ideas del periodista, el de Ginny y Paul mantiene ese código publicitario y de videoclip que tanto le gusta a una parte del cine local como sinónimo de elegancia. Y cuando lo necesita también se permite romperlo, mostrar la podredumbre bajo esa fina capa de pintura dorada que le ponen encima para vendérselo a la gente común.
Faltaría que el lenguaje de Sector VIP no replique varias de las mismas cosas del sistema que denuncia (especialmente en el tratamiento de su protagonista femenina) para que no se sienta parte beneficiada de ese esquema y la crítica sea más honesta, aunque se quede en la superficie.