PINTO ESQUINA CAMPUSANO
Por universos retratados, por geografías recorridas, por valorización de personajes habitualmente marginados y por un tipo de crudeza distintiva dentro del panorama del cine nacional, en algún momento los caminos de Eduardo Pinto (Caño dorado, Corralón) y José Celestino Campusano (Vikingo, Vil romance) se iban a cruzar. Claro que hay diferencias, mientras Pinto trabaja una mirada distante a través de los géneros cinematográficos y con una estética relacionada claramente con la ficción, en el caso de Campusano se bordea lo documental con actores no profesionales y una intención social, en un cine que busca ser verista a riesgo de caer en subrayados. Claro que hay diferencias entre ambas propuestas: ¿qué pasaría si de pronto Campusano confiara en intérpretes profesionales para jugar sus personajes extremos? Sector Vip es finalmente la intersección donde los caminos se encuentran, con Pinto oficiando como director y Capusano, como productor. Y es la película que pone en crisis algunos discursos, demostrando la imposibilidad de llevarlos a cabo por otros medios.
Fácilmente Sector Vip podría haber sido una película de Campusano. Hay una generalización subrayada de determinados sectores: el periodismo, los relacionistas públicos, las chicas que quieren llegar a la fama, los tipos que merodean la noche. Todos vueltos caricaturas sin mayor sutileza. Es verdad que no suelen ser los ámbitos que el director de El azote frecuenta en sus películas, pero suelen aparecer por omisión en su retrato de criaturas marginadas y oprimidas, incluso como personajes muy secundarios. Es ese poder frívolo que Campusano repele y al que no puede darle siquiera una cara. Pinto, por contrario, suele trabajar esos contrastes, los exacerba traspasando límites que pueden llegar al grotesco y a una suerte de horror social bastante sórdido, como ocurría en Corralón. Y en su trama que cruza a una piba de pueblo que quiere ser famosa, un inescrupuloso RRPP de la noche porteña y un periodista en decadencia, Sector Vip no solo se vuelve un Pinto excesivo, sino también un Campusano que vuela por los aires. Y el poder hiperbólico de ambas miradas no hace más que construir un relato demasiado simplista sobre cómo funcionan las cosas en algunos estamentos del poder. Hay una falta de rigor que se impone por la necesidad de poner en primer plano los discursos, de señalar constantemente una corrupción sistemática que vuelve títeres a todos. Hay misantropía disfrazada de buenas intenciones, con giros insostenibles y un maratón de personajes horribles. Y si bien podría ser una película de Campusano, queda claro aquí que ese aspecto profesional de intérpretes reconocidos vuelve todo un poco más falso.