Bruce Willis se ríe de sí mismo
Tal vez este delirio policial plagado de incorrección política no sea lo mejor que haya filmado Bruce Willis, lo que no impide que pueda recomendarse por media docena de escenas divertidas y desaforadas. Por ejemplo, una en la que Willis anda desnudo en patineta tiroteándose contra un auto, u otra en la que una transexual psicópata lo convierte en drag queen como paso previo a asesinarlo. Hay más situaciones del mismo estilo, y básicamente lo sucede es que el protagonista, único detective privado en las playas de Venice, California, está buscando a su fiel perrito, secuestrado por un feroz pandillero y traficante de drogas, aunque luego va pasando de mano en mano de personajes entre sórdidos y lunáticos. La falta de conexión entre ellos, y de hilación entre los distintos episodios, es evidente, pero la película pasa rápido y como no se toma nada en serio, lo único que hay que hacer es disfrutar de sus buenos gags y del carisma de este Bruce Willis autoparódico. Lo único para lamentar es que John Goodman aparezca demasiado poco.