Debo reconocer que me resultó curioso saber que la película animada Selkirk era una producción argentino-uruguaya-chilena. Digamos, las historias de piratas, si bien han pasado sus barcos por las costas americanas, no son lo nuestro.
Y algo de eso se deja entrever en la película. Hay dos niveles desde donde comentarla: el técnico y el argumentativo. El director uruguayo Walter Tournier eligió para narrar esta historia la técnica del stop-motion. Se trata de poner muñequitos en escenografías, e ir tomando imágenes de ellos en los distintos movimientos para luego editarlas a velocidad, y que surja la imagen fílmica. Esta técnica es prácticamente artesanal, y como ejemplo se puede citar a uno de sus cultores, el director Tim Burton, que la utilizó en El extraño mundo de Jack, y El cadáver de la novia.
En este aspecto, la película está muy lograda, los personajes son simpáticos –sus fisonomías bastante del estilo de Burton también-, las escenografías muy detalladas, la estética, cuidada, y el efecto funciona bien. Es por el lado del guión que la historia hace agua (permítanme la redundancia en un film que transcurre básicamente en el mar). Son dos aspectos enfrentados, que no terminan de balancearse a lo largo del film.
Alexander Selkirk fue un pirata que existió realmente, y se dice que la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe está basada en su historia (de hecho el prestigioso escritor en persona lo entrevistó).
El film comienza con Selkirk gastando sus últimas monedas, las finanzas no andan bien, y es así que decide embarcarse en un barco que va en busca del tesoro del Manila, para lo cual debe atravesar el cabo de Hornos. Poseedor de un detallado mapa de la zona, consigue que lo contraten, a pesar de la resistencia del capitán, que quería el mapa, pero no al hombre.
Convencido de que la suerte lo acompaña, Selkirk desarrolla una confianza extraña, de gran apostador, al punto que durante la travesía comienza a ganar dinero a expensas de sus compañeros (que siempre pierden), y por ello deciden, junto al capitán, abandonarlo en una isla desierta del pacífico. El único que se opone (o mejor dicho, la única), es la camarera disfrazada de cocinero que viaja con ellos. Sin embargo no logra mucho con sus protestas, y así, Selkirk queda a la deriva. Aquí empieza la segunda parte de la historia, más cercana a la película Náufrago que a Robinson, ya que no hay un compañero llamado Viernes, sino algunas mascotas, para aligerar la soledad.
Así de pobre como estaba el pirata antes de subir al barco es la película. Pobre en guiños graciosos a los adultos, pobre en la resolución del final (digna de programa religioso de madrugada), pobre en la justificación de ciertos gags como el de la planta, cuyo sentido es evidentemente alargar la película, no hay otra explicación.
Los chicos de todos modos se enganchan, y salen cantando la canción principal.
El contraste entre el nivel técnico logrado en esta producción y el libro que sustenta la historia es notable. Un abismo los separa. Tanto, que terminan conformando un involuntario ejemplo al que hay que prestarle atención: no subestimemos las historias para los más pequeños. No hay que olvidarse que los adultos entran a la sala con ellos y también, esperan algo a cambio. En esa vuelta, "Selkirk" hace ruido.
Sin embargo, no dejamos de reconocer que es un producto muy bueno y que nos maravilla que técnicamente haya surgido de Latinoamérica y no del main-stream de Hollywood. Lo triste es que, como el pirata que le da nombre, la historia no termine de cerrar y quede varada a medio camino.