Una técnica que agiganta la fantasía
Animación latina hecha a pulmotor.
Una pena que Luminaris , maravilla animada por Juan Pablo Zaramella, no pasó de la preselección en su camino hacía el Oscar al mejor corto animado. Quizás si eso sucedía, hubiera permitido echar una luz (ya sea de 25 watts o de reflector del Kodak Theatre) en la animación latinoamericana, hecha más a pulmotor que desde el destruye-relatos “¡Hay que llegar a las vacaciones de invierno!” hecho con franquicias de caricaturas hartopopulare. Walter Tournier es un nombre clave en ese Everest escalado con escarbadientes que es animar en Latinoamérica y Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe , es un hito dentro de una carrera dedicada a la animación en Uruguay.
Tournier, artesano, decide para su primer largo tomar la historia de Alexander Selkirk, un marinero escocés que vivió a lo Náufrago (¿se acuerdan? ¿Tom Hanks con barba de Castells y que tenía por mejor amigo una pelota de vóley?), pero en pleno siglo XVII y sin sponsor de FedEx. La historia del MacGyver Selkirk, se rumorea, inspiró en parte el clásico de Dafoe Robinson Crusoe . Y a nivel técnica, Tournier apela, mayoritariamente, a la huella humana del stop motion, la animación cuadro por cuadro de objetos, que suele asociarse a filmes burtonianos como El extraño mundo de Jack y El cadáver de la novia . De hecho, aunque el imaginario pirata esté más cerca de Jack Sparrow, un Depp sin Burton, los diseños de los personajes se acercan en su fisonomía a El cadáver de la novia .
Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe gana cuando pirata, cuando muestra la vida en bar y en galeón de un grupúsculo de corsarios, cuando reduce su comedia a la caricatura. Hay una mezcla perfecta entre sincero diseño de personajes, de gracia basada en la caricatura, y entre la artesanía sentida, en esos laburados minisets, en cómo la técnica agiganta la fantasía sin perder nunca el rastro de sacrificio (pero tampoco haciéndolo lo primerísimo). Cuando los piratas se ponen Sparrow, cuando las bromas son ñoñas pero coherentes, cuando las canciones huelen a candombe y a alegría, Selkirk funciona a todos sus niveles.
Pero cuando Selkirk deja de narrar la historia de cómo Selkirk, a partir de las apuestas, hace enojar a sus compañeros de tripulación y se dedica a mostrar cómo Selkirk se las arregla para empezar a vivir y a crear un hogar en la isla donde lo abandonan, ahí la película gana en belleza lo que pierde en narración. No es que haya torpeza narrativa, es que el ritmo pirata venía con viento a favor, con personajes para tener en la mesita de luz, y de repente todo se convierte en otro filme, uno con más inventiva visual, pero también con más moralejas sobre el materialismo. Aun así, es una película que debería atesorarse: un genuino film, y no un intento, de animación y sacrificio.