Liviana y conmovedora evocación de una marcha y un gran luchador.
Estos Oscar vienen recargados de biografías. Y “Selma” pasa a engrosar una lista que ya tiene a “Francotirador”, “Código enigma” y “La teoría del todo”. Más allá de las lógicas diferencias, de contenidos y de aciertos, “Selma” es una más, sin nada especial, una recreación muy cuidada y muy calculada, que termina siendo un homenaje con pocos contrastes y demasiados subrayados. El tema por supuesto conmueve y ha recobrado actualidad con los recientes sucesos en calles estadounidenses. El filme arranca cuando reverendo Martin Luther King Jr recibe el Nobel, en 1964. Y se centra en su lucha histórica a favor de los derechos civiles de los negros que culmina cuando el presidente Johnson, en 1965, hace ley su reclamo. Lo vemos discutiendo en el Salón Oval, explicando a los suyos su credo pacifista, enfrentando la postura extrema de sus sectores radicalizados, confesándole a su esposa sus sueños (y sus infidelidades). Lo central son las marchas pacíficas sobre el puente Edmund Pettus en Selma, Dallas, violentamente reprimidas por las fuerzas de seguridad locales, que culminan con la histórica marcha del silencio, desde Selma hasta Montgomery, una demostración que la historia considera conmovedora y decisiva.
Los estudiosos le han objetado su falta de rigor y la superficialidad de algunos enfoques; y los críticos exigentes le han achacado falta de audacia, profundidad y vuelo para poder aportar algo más que un dibujo una figura (y a una época) de semejante envergadura. Como documento tiene baches: las palabras que se escuchan no se ajustan a los verdaderos discursos de Luther King; y hay un dibujo malicioso del presidente Johnson. Pero hay también aciertos: diálogos sustanciosos, buenas reconstrucciones, escenas fuertes sobre la feroz represión. Más que el retrato de Luther King, lo que vale es la fuerza de esas marchas que le dieron tanto significado a su atronador silencio.