Entre la guerra y la política.
Selma muestra en clave épica un episodio de la lucha de Martin Luther King por la igualdad de los derechos civiles.
La emoción más genuina que transmite Selma es la que provoca toda gesta cuando se ha liberado de la historia y se ha convertido en leyenda. Los hechos que narra ya cumplieron o están a punto de cumplir 50 años, tiempo suficiente como para que se produzca este tipo de transfiguraciones.
El relato se enfoca en un momento crucial de la lucha por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos: la organización de la marcha entre las ciudades de Selma y Montgomery, en el Estado de Alabama, en reclamo por el derecho a votar, ya concedido por ley pero negado por la burocracia electoral sureña.
El personaje principal es Martin Luther King, predicador de la no violencia, premio Nobel de la Paz y uno de los máximos próceres de Norteamérica. Pero uno de los méritos de la película es su ambición de mostrar la lucha colectiva, y no centrarse exclusivamente en el famoso líder.
Hay que decir además que la reconstrucción histórica es bastante fiel a la época, no sólo en términos de escenografía y vestuario sino también en el retrato de los intereses en juego durante la década de 1960, con la parte que les corresponde al espionaje interno del FBI y al suprematismo racial blanco. Tanto las pugnas metodológicas e ideológicas en el seno de la dirigencia negra como las negociaciones entre King y el presidente Lyndon Johnson son traducidos a un lenguaje dramático creíble y convincente.
Claro que un producto concebido bajo los cánones de Hollywood difícilmente pueda prescindir de sus momentos hollywoodenses. En ese sentido, las escenas de enfrentamiento entre los manifestantes y la policía son narradas en cámara lenta y música solemne, con ese tono épico que pretende enfatizar el sentimiento de identificación con las víctimas y lo único que logra es volver empalagosamente estéticos el dolor y la desesperación.
Las imágenes documentales intercaladas sólo parecen tener una función pedagógica, no vaya a ser que algún desorientado crea que todo es ficción, lo que no deja de ser una prueba más de la inconsistencia del énfasis épico en este caso.
De todos modos, resulta evidente que el sentido de Selma es un homenaje a la práctica de la no violencia como estrategia de lucha reivindicatoria, lo cual no deja de ser una apuesta fuerte en un país dominado por la razón bélica. Invirtiendo la fórmula de Carl von Clausewitz, hay quienes sostienen que la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Sin embargo, King –como Ghandi antes que él– fueron el testimonio vivo de que esa es sólo media verdad (sin dudas más interesada y tal vez más interesante que la paz) y de que la otra media verdad es un Estado, siempre futuro, donde la Justicia no necesitaría vendarse los ojos.