La película de la directora negra Ava DuVernay tiene el mérito de ser la primera película donde la relevante figura de Martin Luther King aparece como protagonista. Ella, además, tiene el mérito de haber readaptado el guión para que la historia no se centre en la figura del Presidente Lyndon B. Johnson y sus movimientos palaciegos, sino en la del dirigente por los derechos civiles de los afro descendientes estadounidenses y el movimiento de la ciudad de Selma, que le da el nombre a la película, donde la mitad de los habitantes de la ciudad eran negros, pero sólo el 1% de ellos estaban inscritos en las listas electorales y sufrían excesivas trabas por parte de las autoridades blancas dirigidas por el gobernador del Estado.
A pesar de las declaraciones de intención de la autora, “Selma”, no logra sortear una de los máximos peligros de los films históricos de ficción, transformarse en viñetas de una historia que parece haberse quedado momificada en su tiempo histórico, es decir, la imposibilidad de asumir el tiempo presente del cine y evocar, en ese pasado, el sentido actual de lo que se relata. Como plantea en sus “Combates por la historia” el historiador francés Lucien Febvre: “Es preciso que la historia deje de aparecer como una necrópolis dormida por la que sólo pasan sombras despojadas de sustancia. Es preciso que penetréis en el viejo palacio silencioso donde la historia duerme, animados por la lucha, cubiertos por el polvo del combate (…) y que, abriendo las ventanas de par en par con la sala llena de luz y restablecido el sonido, despertéis con vuestra propia vida, con vuestra vida caliente y joven, la vida helada de la princesa dormida.”
No se trata de que el film deba remitir abiertamente a, por ejemplo, los sucesos actuales acontecidos en Ferguson, donde fue asesinado el joven negro Michael Brown, sino que la película debería dejarnos algunas herramientas para pensar el presente, más allá de una mera reconstrucción de un pasado que, según los que nos deja “Selma”, parece cerrarse en sí mismo tras la conquista parcial que implicó esa lucha. Mejor dicho, lo que la película, en nuestro presente irrenunciable, transmite en la presentación de la conquista del voto en 1965 por los afro descendientes, es un entusiasmo tardío por la elección de Obama, que termina ignorando, visto lo de Ferguson, la complejidad del tema racial en Estados Unidos, que escapa largamente al problema electoral.
Esta elección ideológica de la película trae sus consecuencias estéticas-narrativas, por un lado un conservadurismo formal que busca graficar situaciones más que evocar emociones, por el otro decisiones narrativas que lejos de ir a la conquista de lo real y lo complejo, buscan engañarnos infantilmente. Puntuaremos en dos: en la visita de Malcolm X (un activista que difería de la línea pacifista de King) a Selma, se lo muestra como un hombre débil y entregado a la dirección de King. Sin embargo, si uno revisa los discursos de esa época podrá encontrar esta declaración: “Y espero que todo el miedo que jamás hayan abrigado en sus corazones desaparezca, y cuando miren a ese hombre, si saben que no es más que un cobarde, ya no le teman. Si no fuera cobarde, no los atacaría en grupo… Se cubren con una sábana para que ustedes no sepan quiénes son: eso es ser cobarde. ¡No! Llegará la hora cuando se les arrancará esa sábana. Si el gobierno federal no se la arranca, se la arrancaremos nosotros”. De hecho el mismo Malcolm X, declara que hombres de King querían negarle la posibilidad a este de hablarle a los habitantes de Selma, algo que no lograron, pero que si logró la directora, mostrándolo como un hombre aislado y arrepentido.
La segunda y más evidente aberración, es como muestra la ausencia de King en la primera movilización de Selma. Es sabido que el dirigente confiaba en las negociaciones que llevaba adelante con Johnson y que en demostración de buena voluntad no asistió a la primera movilización de masas que fue brutalmente reprimida, provocando muertos y heridos. Lejos de esto, la directora elige contarnos que King no asistió porque su esposa le reclamaba que no pasaba mucho tiempo con él. De esta manera, no sólo omite el error político que pudo haber cometido con su línea pacifista sino que también lo muestra como un hombre de familia.
Está claro, y más con este tema, que en Hollywood despertar a la princesa dormida puede ser muy inconveniente. Es así que la película cumple obedientemente ese mandato: Un final feliz y un movimiento triunfante pacifista que ya no requiere continuar la lucha.