Todos los años las candidaturas a los Oscar cumplen su cuota de nominar a un film políticamente correcto más por su contenido moral o político que por sus virtudes cinematográficas. En la ceremonia que se celebrará el Domingo 22 en Los Angeles, Selma será la contendiente que ocupe ese lugar como una suerte de nominación meritoria.
Dicho esto, la obra sobre la lucha de Martin Luther King en el estado de Alabama que le significó ganar el derecho igualitario al voto para los afroamericanos de todo el país, no carece de sus propios meritos. Se trata después de todo, de un pequeño descanso de los héroes a los que nos hemos acostumbrado a ver en el cine en los últimos años con sus calzones, antifaces y capas reemplazado por un verdadero héroe de carne y hueso que dio su vida por aquello en lo que creía. Por fortuna el metraje no abusa de efectismos y golpes bajos sino que se concentra puntualmente en la lucha diaria que Martin Luther King y sus seguidores soportaban. Sin embargo, es el ritmo irregular de la acción dramática el que hace que por momentos Selma se torne un tanto cerril y difícil de seguir. Son demasiados los lapsos entre los cuales luego de largos y reiterativos diálogos la película recobra su vivacidad y fuerza con intervenciones de personajes históricos como el para entonces primer mandatario Lyndon Johnson, el ultraconservador gobernador de Alabama George Wallace y el mismísimo Malcom X.
Selma se añade a la extensa biblioteca de películas que invitan a reflexionar sobre una situación social histórica que logró un significativo cambio a nivel mundial y local. Y no por casualidad se da en esta época del año en la cual los selectores de La Academia posan el ojo sobre qué material debe ser nominado a un Oscar y cuáles no.