El puente de la libertad
La sobrevaloración es lo que mejor define a Selma, el poder de un sueño, la biopic del año para reivindicar la figura de Martin Luther King, que buscaba alzarse con varias nominaciones a las ternas más importantes de los Oscars - tal vez para repetir el derrotero exitoso de 12 años de esclavitud- y así cruzar el puente del éxito cuando un cachetazo de la realidad la dejó en el camino con la singular nominación a mejor película de consuelo, a pesar del coro de reproches y tibias acusaciones de cierta animosidad para con el film, teñidas de racismo.
Si la película dirigida por la directora Ava DuVernay, con guión de Paul Webb, hubiese tenido reconocimiento por parte de los miembros de la Academia nunca se hubiese justificado por sus méritos cinematográficos, sino por la mera especulación y corrección política a la que ya estamos más que acostumbrados porque Selma ante todo es un relato bastante lineal, que puede calificar como telefilm por su estructura.
No pasa de un intento prolijo por acumular situaciones que ponen en contexto la lucha por los derechos civiles, las rencillas internas y políticas entre los propios activistas afroamericanos y muy por encima la pincelada del magnetismo del líder Martin Luther King, aquí retratado sin maquillaje idealista detrás, pero desde sus discursos y pensamiento para negociar con el enemigo entre otras cosas el derecho a sufragar. En ese recuento sumario de idas y venidas, amenazas, un clima de disturbio social creciente que ponía nervioso al, en ese entonces, presidente de los Estados Unidos Lyndon Johnson, sumada la recalcitrante figura de hombres blancos racistas para lo cual Tim Roth era el actor ideal por su fisic du rol, transcurre esta anodina y poco interesante radiografía de lo que fuese una marcha social multitudinaria y pacífica que cambiaría el destino de la raza más sojuzgadas en la tierra de los hombres libres.
Una película que no funciona como alegato y que está destinada al pronto olvido.