“Una película filmada a 4.000 metros de altura y sin conexión a internet”, se lee en la información de prensa de Señales de humo. La frase señala los dos componentes principales de este relato filmado íntegramente en Amaicha del Valle, una pequeña comunidad indígena del norte tucumano donde viven 5.000 habitantes.
Uno de ellos es Mario Reyes, a quien el director Luis Sampieri conoció 30 años atrás durante una visita al lugar. Reyes es un veterano arriero y guardaparques, dos oficios que le dan un conocimiento del terreno fundamental para cumplir con el objetivo que motoriza el relato: acompañar a un ingeniero de la compañía de telecomunicaciones a realizar una serie de reparaciones en la antena que provee de Internet al lugar.
Pero esa antena está ubicada en lo alto de la montaña, allí donde la tierra se funde con las nubes, por lo que podría definirse a Señales de humo como una road movie a caballo y sobre terreno pedregoso que registra la travesía de estos hombres por la inmensidad del valle tucumano. Un recorrido no exento de contratiempos climáticos y geográficos que los obligará a, entre otras cosas, acampar en medio de la nada, mientras la central telefónica de la empresa estalla con llamados de usuarios molestos por la falta de conexión.
Con sus amplios planos panorámicos, y lejos de la contemplación vacía, Sampieri hace de la geografía un protagonista central de este film atravesado por la soledad y las condiciones inhóspitas que deben enfrentar sus protagonistas. Dos hombres en cuya desconexión con el contexto se cifra la alegoría central (y evidente) de un film que tematiza, otra vez, el choque entre modernidad y tradición.