En estos últimos años, debido en gran parte a la política desarrollada en materia cinematográfica, se ha logrado no sólo que muchos directores nóveles concreten sus óperas primas, sino también que se produzcan muchas de ellas en el interior del país o en el Conurbano Bonaerense, dando lugar a un cine que se siente reconocible.
Si por un lado, el cine argentino industrial a medida que gana adeptos va perdiendo rasgos culturales propios; en producciones más pequeñas (no menores) se ha podido encontrar al pueblo, al barrio real. Este es uno de los hallazgos de Señales, una ambiciosa propuesta de Guido Rossetti que mezcla estilos y géneros sin perder de vista los orígenes.
Filmada en la localidad de Tres Lomas, provincia de Buenos Aires, Señales comienza como un policial clásico, con una impronta que hace acordar a algunas producciones locales de los ’80 y los ’90, pero poco a poco va introduciendo el drama, las historias secretas, y hasta se anima al género sobrenatural sin entrar al terror puro.
Como en todo policial, o buena trama de suspenso, no vamos a contar demasiado de su argumento. Podemos decir que hay dos protagonistas reunidos ante un mismo hecho, por un lado el Comisario Molina (Roly Serrano, que pedía a gritos un protagónico y aquí recompensa), que debe resolver el cada vez más misterioso suceso de una serie de muertes con características similares, aparentemente suicidios, ocurridos en una misma hostería y en la misma hora; nada parece conectarlos, pero…
A su vez, llega a Tres Lomas un joven, Mauro Silleta (Nicolás Mateo), dispuesto a colaborar con Molina, y para eso se encierra en la habitación de los crímenes en la que irá escribiendo, documentando, todo lo que va sucediendo.
Nada más, el resto es mejor que sea descubierto por el espectador que podrá encontrarse con personajes que ocultan más de lo muestran, sobre todo tristezas, pasados oscuros, apariciones extrañas, y algo de mitos populares. Señales va cambiando de registros, puede en algún momento abusar de alguna técnica pero todo es en el noble ejercicio de crear tensión y mayor misterio alrededor de una historia que acertadamente se cuenta con la simpleza necesaria para que los cabos puedan atarse.
A una interesante labor de cámaras y dirección de actores en manos de Rossetti, se le suma lo que sin lugar a dudas es el plato fuerte de la propuesta, su elenco. Roly Serrano se carga el film al hombro, su Molina tiene varias capas y uno lo acompaña todo el tiempo. Los secundarios de renombre como Mónica Scapparone, María Ibarreta (una actriz que debe más cine), María Duplaá y Pepo Rosetti, también hacen un aporte fundamental creyéndose sus roles. Nicolás Mateo si bien deja un saldo positivo pareciera quedar algo tapado y con menos peso del que su rol protagónico le exigía.
Misterios de pueblo chico, cine de género sin perder la esencia de film argentino; pequeños gustos que pueden darse cuando el presupuesto no es tan importante como la garra y las ganas de contar una buena historia.