Una película hecha a la medida de Sundance
Wikipedia asegura que el Festival de Sundance se creó a fines de la década de 1970 “como una iniciativa de Robert Redford para reunir a un grupo de amigos y colegas que fomentarían y apoyarían el cine independiente, más allá de las exigencias del mercado”. Lo que difícilmente supiera el protagonista de El golpe, Los tres días del cóndor y Todos los hombres del presidente es que, casi cuarenta años después, esa independencia terminaría rendida antes los mandatos del mercado que supuestamente combatía, dando forma a algo que podría denominarse “películas Sundance”. Tan generalizado se ha vuelto el subgénero que hasta los grandes estudios tienen sus filiales dedicadas a proyectos de este tipo, uniformizando aún más sus reglas y normas: en nueve de cada diez casos se trata de relatos intimistas centrados en personajes con vaivenes psicológicos –si son adolescentes, mejor– y estructuras narrativas con la disfuncionalidad como norma, la (auto)superación como mandato y un optimismo a prueba de todo como fin. En ese contexto, el tránsito de Sentimientos que curan –enunciativa traducción del algo más elusivo Infinitely Polar Bear original– por todos estos lugares marca una de las últimas encarnaciones de esa derrota independentista.Mark Ruffalo es algo así como el Tom Hanks de esta corriente artística, un actor especializado en ponerle el cuerpo a norteamericanos comunes, laburantes, con alegrías y tristezas citadinas y cotidianas, de fácil empatía con el público. Incluso su Bruce Banner en Los vengadores es un tipo al que uno podría cruzarse en plena calle. El principal problema del film es precisamente él, que muta su habitual naturalismo por un exceso generalizado, compendiando tics, poses y gesticulaciones dignas del Al Pacino más crepuscular en todas las escenas en las que aparece. Que son muchas, ya que la ópera prima de Maya Forbes parece construida en derredor de su lucimiento.Ruffalo interpreta a Cameron, un maníaco-depresivo casado con Maggie (Zoe Zaldana) y padre de dos hijas. Que una de ellas preste la voz en off para hilar el relato es el único amparo que justificaría el unipersonal perpetrado por Ruffalo. Producido por el realizador J.J. Abrams (las nuevas Star Trek, la inminente Star Wars) a través de su compañía Bad Robot, el film despliega su núcleo cuando Maggie abandona los suburbios de Boston para estudiar en Nueva York durante un año y medio con el objetivo de insuflarle dinero a la alicaída economía familiar, delegando en su marido la responsabilidad de las hijas en común. Responsabilidad que en principio no sabe bien cómo canalizar –está más cerca de ser un compañero de colegio que de una figura de autoridad– pero que al final sí. Entre medio, Sentimientos que curan se apropia de la bipolaridad de su protagonista, oscilando entre la circunspección y el desborde.