Autobiografía emocional
Mark Ruffalo es un actor confiable, uno de esos fundamentales, que siempre dan lo mejor de sí, quizá porque posee el don o el secreto de la naturalidad aun en circunstancias difíciles, con personajes incluso bajo presión. Zoe Saldana tiene una gracia fotogénica insoslayable, y una sobriedad triste en su mirada y en sus expresiones que interactúan muy bien con Ruffalo. Las niñas actrices están ajustadísimas, con nada de actuación infantil, nada de esa sensación de querer mirar hacia afuera del cuadro para recibir instrucciones.
La directora y guionista debutante Maya Forbes ofrece una historia autobiográfica sobre crecer en una familia de padre blanco y madre negra a fines de los 70 y principios de los 80, sobre la separación y la internación del padre, y sobre todo acerca del regreso del padre a hacerse cargo de las niñas en forma casi exclusiva mientras lucha con su condición de maníaco depresivo (el título original es un chiste-malentendido infantil a partir de la palabra bipolar).
Las disputas familiares y las recaídas de Cameron (Ruffalo) son siempre matizadas por alguna salida sardónica, por componentes humorísticos y sobre todo por una ternura todoterreno que sobre el final hace sistema -podría decirse- emocional. El problema de esta película bien ambientada, bien musicalizada en sus dos líneas -composición para el film y canciones-, incluso ajustada en el timing de cada secuencia, es que su narrativa es tenue y dubitativa. Esas buenas secuencias, con diálogos certeros y afilados y con no poco sentido del humor, podrían ser muchas más o muchas menos, porque Sentimientos que curan tiene la lógica de un diario íntimo revisitado que no se juega por la lógica puramente episódica y desarticulada, pero tampoco da lugar a una narrativa sólida que pueda sostener con alguna clase de tensión o cohesión los diversos méritos desplegados.