El final de la escalera
Con el valor agregado -por lo menos para el público latinoamericano y argentino- de contar en el rol protagónico con el omnipresente y talentoso Ricardo Darín, aterrizó esta semana en las salas cordobesas Séptimo, un thriller que parte de una buena idea, pero que con el correr de los minutos ve decrecer la intensidad que tanto atrapa al comienzo. En esta oportunidad, Darín arremete con un personaje que le cae bien (vale recordar aquel boga sin principios ni moral que interpretó en Carancho), el de un abogado más o menos importante que trabaja en casos bastante pesados.
Un día cualquiera, juega con sus hijos una carrera para ver quién llega primero a la planta baja del edificio donde viven: si él por el ascensor o los niños por la escalera. Al llegar abajo, descubre con desesperación que en ese pequeño lapso de tiempo a sus hijos los tragó la tierra. Nadie los vio llegar a planta baja, y nadie parece haberlos visto en los demás pisos (siete, de allí el título de la película). A partir de ese momento, comienza una búsqueda paranoica y el planteo de distintas hipótesis sobre lo que pudo haber pasado.
Séptimo tiene algunos puntos a favor. Para empezar, está sostenida por un buen elenco de personajes secundarios (Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Belén Rueda) para decorar la eficiencia y empatía que genera Darín con estos papeles. En segundo lugar, tiene en su haber una más que digna labor de edición, suficiente para abrir y cerrar múltiples preguntas en sólo 88 minutos de metraje. Y por último, vale la pena destacar el trabajo técnico a nivel general. Tres aspectos que conjugados son suficientes para estampar el sellito de aprobado.
Todo tiene un final. Y todo termina, como dice la canción. Aquí radica el elemento que hace de Séptimo sólo un buen filme y no una gran película. Las expectativas que se encarga de provocar durante los primeros minutos son altas, pero los continuos goteos que se van sucediendo en virtud del contexto que vive el abogado (junto a sus respectivas respuestas), más la resolución definitiva de la cinta, no terminan de comulgar con las ansias previas.
El director catalán Patxi Amezcua tuvo el buen tino de ubicar el edificio como un protagonista más de la película, a tal punto que durante el primer segmento el espectador se termina metiendo en esa construcción que alberga la desesperación de ese padre que perdió a sus hijos. En ese aspecto, Séptimo no tiene muchas diferencias con las producciones que el cine norteamericano produce en cantidades industriales y que pueblan los estantes de la categoría “Suspenso”. Pero claro, cuando el juego de las comparaciones se torna odioso, es donde entra a gambetear Darín y su carisma, la cláusula de seguridad en materia de taquilla que todo realizador quiere tener en sus películas.