Séptimo

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Un policial que se va desinflando

Irreprochablemente filmada, actuada, fotografiada y editada, con un exigente desafío para Darín, la coproducción argentino-española funciona mejor en su planteo y desarrollo que en su nudo y resolución, que se parece a un conejo sacado de la galera.

¿Pueden desaparecer dos chicos, en cuestión de segundos, en el interior del edificio en el que viven con sus padres? ¿Desvanecerse en el aire, sin que nadie sea capaz de verlo o evitarlo? En una película de fantasmas podrían. Pero Séptimo no es eso, sino un thriller dramático, que se atiene al verosímil de lo real. Coproducción hispanoargentina destinada a seguir sacando provecho a la imbatible ecuación Darín + policial, que tanto rédito viene dando de ambos lados del Atlántico, podría decirse que Séptimo es más argentina que española, teniendo en cuenta que transcurre enteramente en Buenos Aires, el elenco es casi por completo argentino y el autor de la idea y coguionista, el debutante Alejo Flah, también. Sin embargo, el hincapié puesto en la solidez del guión, la prolijidad narrativa y el pulimento técnico son más característicos del cine español que del argentino. El resultado es un producto solvente e impecable en todos sus rubros, que cumple con las expectativas del espectador de género y está llamado a tener una repercusión por lo menos equiparable a la de Tesis sobre un homicidio, su precedente inmediato. Una película irreprochablemente filmada, actuada, fotografiada y editada. Pero limitada, para quien busque algo más que la mera eficacia de género.

“Terminala con el jueguito ése de dejarlos bajar por la escalera”, advierte Delia (Belén Rueda, protagonista de El orfanato y única española del elenco) antes de dejar a sus hijos en manos del papá, Sebastián (Ricardo Darín). Separados desde hace tiempo, Sebastián acaba de pedir a Delia un tiempo más para pensar si le pone la firma al documento que la autoriza a llevárselos a Madrid, donde piensa volver a radicarse. Es gente de buena posición (él, abogado y dueño de un BMW; ella, hija de un letrado que le dio a Sebastián el aventón profesional), así que está justificada la idea de volverse allá, sin temer crisis ni desocupación. A Sebastián no le hace gracia no poder ver a los chicos todas las semanas, Delia le recuerda que para él un pasaje de avión no es gran cosa. Como era de prever, Sebastián le hace pito catalán al consejo-regaño de su ex. En cuanto ella se va, se mete en el señorial ascensor de hierro, para jugar con los chicos a quién llega primero a planta baja. Ellos salen zumbando... y Sebastián ya no volverá a verlos.

Sostenida sobre una premisa espacio-temporal casi tan rigurosa y minimalista como Enlace mortal (Phone Booth, la de la cabina telefónica) o Enterrado, Séptimo transcurre casi enteramente en el bello edificio neoclásico en el que viven los protagonistas. Con los chicos necesariamente fuera de escena y la mamá en buena medida también (se fue a trabajar temprano, reaparecerá hacia la mitad de la proyección), Séptimo es, junto con El aura, la película en la que el protagónico de Darín resulta más absorbente. Y exigente. Desorientado, desesperado, transpirado, subiendo y bajando escaleras a la carrera, todo ello es saludable en términos de rendimiento: últimamente el actor de Carancho parecía demasiado confiado en su irrefutable infalibilidad actoral. Con el celular casi por coprotagonista (sus colegas del estudio no dejan de llamarlo, apurándolo por una audiencia clave; pulsa él los teléfonos de su ex y de la policía; a partir de determinado momento estará pendiente de una comunicación por parte de los secuestradores), Sebastián acude al encargado del edificio (Luis Ziembrowski), a los vecinos y, sobre todo, a un comisario del cuarto piso (Osvaldo Santoro), quien a partir de determinado momento se hace cargo de la investigación.

Con el notable argentino Lucio Bonelli (Tiempo de valientes, Liverpool, Vaquero) en la fotografía y el no menos notable español Roque Baños (habitual colaborador de Alex de la Iglesia, entre otros) en la música, con actuaciones de primera de Ziembrowski, Santoro y Jorge D’Elía (como jefe de Darín) y con encuadres y puesta en escena tan clásicos como el propio edificio (es la segunda película del navarro Patxi Amezcua), Séptimo funciona mejor en su planteo y desarrollo que en su nudo y resolución. Hasta más allá de la mitad del metraje cualquiera puede ponerse en lugar del protagonista, asumiendo un lugar más activo que el que la mayoría de las películas asignan al espectador. “¿Qué sentiría yo, qué haría yo en una situación así?”, son preguntas que sostienen el interés de Séptimo. El problema es que esas preguntas dejan lugar al mero “¿quién lo hizo?” del whodunit, y ahí el interés se va haciendo más limitado. Para dar lugar a una resolución arbitraria, un conejo de la galera que tanto como éste pudo haber sido cualquier otro. Las puertas que este film de encierro no llega a abrir son las de una densidad y complejidad humanas que le den sentido a la tortuosidad. Así como está presentado, el siniestro familiar de Séptimo termina teniendo el volumen de una noticia policial.