Una película-tinglado
Séptimo asombra. Pero por los motivos menos deseados. Es perturbador que una película así haya pasado un control de calidad, de lógica, de un mínimo decoro. Pero bueno, ya sabemos, esto es cine, y el cine no se descarta una vez hecho. Hay que estrenar y difundir lo producido y que le vaya lo mejor posible. Es un arte caro, o al menos en este caso, ya que tiene de protagonista al actor sinónimo de taquilla fuerte (aunque no siempre) en el cine argentino y también en el español.
1. Ricardo Darín. Su fotogenia y su prestancia cinematográfica están fuera de dudas. Es uno de los mejores actores de la historia del cine argentino y muy probablemente sea el más importante de la actualidad. Pero Darín sólo no puede con las debilidades de Séptimo. Hay una primera señal del desastre que se avecina en cuanto Darín entra en el edificio. Darín venía manejando, el auto y la película, con la prestancia habitual. Darín en la calle, Darín en movimiento, Darín se mueve como pez en el agua en la calle. Es un sabio del espacio abierto y compartido, alguien que sabe observar y actuar en consecuencia. Pero entra en la casa, y se apaga, se limita. Ya no hay esperanzas de que se mueva como en Nueve reinas. Ya es un Darín de consorcio. Sigue siendo el mejor actor de la película, pero no alcanza. De hecho, su presencia genera un problema: salvo Osvaldo Santoro y Jorge D’Elía (ambos con experiencia y aplomo), los demás actores parecen encandilados con la presencia de Darín, con los consiguientes problemas de registro que esto genera.
2. Belén Rueda. Darín sube al séptimo piso (única justificación de un título al que se le cae lo sugerente apenas uno ve la película) y la película se derrumba. Aparece Belén Rueda. No es de caballero ni muy educado señalar esto, pero realmente estamos hablando de cine, y el cuerpo de los actores es importante (y a estas alturas hasta hay “críticas de cirugías”). Entonces, ¿si la actriz tiene el rostro intervenciones “anti-edad” demasiado evidentes y que distraen, qué se hace? En algunas otras películas esa evidencia se comenta y el personaje sigue adelante. Este un problema que el cine transita cada vez más y con actrices cada vez más jóvenes. La belleza de Belén Rueda se ve perjudicada por este detalle (que en realidad no es un detalle, porque el rostro es fundamental en el cine). Y su actuación pierde expresividad, y su rostro distrae, es visualmente chirriante. En todo caso, podría haberse disimulado un poco con un tratamiento distinto de la luz, o con alguna otra estrategia.
3. Arriba. En fin, que Darín sube al séptimo piso y después de eso pasa que… escalera, ascensor. Y la clave para que pase lo que pasa depende de algo que podría no haber sucedido, que no estaba atado a un desarrollo inevitable. Es demasiado azarosa esa acción-puntapié como para sostener lo que de ella se deriva. Es que no hay lógica narrativa, hay apenas un planteo de una desaparición (doble), pistas y elementos distractores (muy arteros, de elegancia nula) para que “los responsables” puedan parecer varios. Pero esta es una película-tinglado, apenas se sostiene, y cuando al final uno recapitule la lógica de las acciones nada queda en pie. Un ejemplo es ese papel apenas firmado, sin posterior verificación, que se convierte en todo lo que se necesita. No entro en más detalles para ser leal con una película que se pretende con componentes misteriosos, pero al concentrarse a posteriori en los detalles la película se pulveriza (Séptimo tiene un muy mal regusto). Este tipo de relatos que se pretenden thrillers deben estar ajustados, la lógica debe ser impecable para que el espectador no se sienta estafado. Pero acá se acumulan cordones desatados: el cambio de parecer del personaje de Darín acerca de un personaje en particular es una cumbre de lo injustificado. También lo es el uso de la “tensión extra” del trabajo del personaje de Darín, y de cómo obtiene la plata (penoso cabo suelto ese en el final, el de las consecuencias de lo que hizo, no porque la película “deba cerrar perfectamente” sino por su gratuidad). La interacción Darín-D’Elía nos lleva a pensar en El aura, pero ahí nos quedamos, con la ñata contra el vidrio. Bielinsky enseñó al cine argentino cómo hacer películas con sabiduría industrial (y autoral, pero ese era su inmensa genialidad) a pesar de la ausencia del marco necesario, de un saber-hacer que lo contuviera. Pero Séptimo no aprendió la lección, ni esa ni otras.
4. España. Séptimo es en realidad una coproducción hispano-argentina, de director español: Patxi Amexcua. Pero ese nombre no lo van a encontrar en los afiches de vía pública de la película. Rarísimo. Quizás para no revelar que es español. Vaya uno a saber, pero no es habitual que desaparezca el nombre del director de los afiches. Séptimo, de todos modos, es una de esas películas con “estilo internacional”, lo que quiere decir “intento de copia de estilo hollywoodense”. Película de sustitución de importaciones, con esos planos aéreos para “dar comienzo caro, fuerte”. Hay algo definitivamente extraño en la relación España-Argentina en esta película. Parece haber una mirada superficialmente anti española (pero para eso habría que entrar en detalles que no está bien revelar, con el fútbol de la Play incluido), y hasta hay una bandera argentina puesta estratégicamente en el cuadro sobre el final (o puesta de casualidad, pero encuadrada y salvada en la edición). De todos modos, la Argentina que pinta la película es un horror corrupto (esa conversación imposible sobre “la idea del secuestro”, el tráfico de influencias constante…). Pero aventurar ideas sobre países, o una mirada que revele que hay un entramado y no un mero argumento con agujeros tremendos es concederle más enjundia a una película que no la tiene.
5. Tinglado. Hay que reconocerle a Séptimo lo que con mucha buena voluntad puede verse como una fortaleza: para continuar el abordaje crítico de forma cabal hay que revelar lo que sucede (incluso para objetar el modo de actuar de un actor hay que revelar algo que no se debería revelar) y también su resolución. Y seré antipático pero no malvado, por más que hacía mucho que no me sentía tan subestimado por una película argentina, o argentino-española. Una película-tinglado, a pesar de estar filmada en un edificio que aparenta tener buenos cimientos.