Séptimo, otra errónea fachada del cine argentino
En esta temporada de grandes estrenos argentinos, como nunca antes se puede comprobar que las películas argentinas no saben rematar con sus finales, sin importar de qué genero estemos hablando. Por esto es que ninguna película llega a estar a la altura de El Secreto de sus Ojos y/o Nueve Reinas. Algunos ejemplos de este año son películas como Corazón de León, Mala, Tesis sobre un homicidio y la que nos trae a hablar de esto, Séptimo.
Sebastián es un importante abogado, a punto de divorciarse que debe hacer malabarismo entre su trabajo y el ser padre. Como cualquier otro día, Sebastián es un padre permisivo que deja hacer a sus hijos lo que ellos le piden, a pesar de tener que ir en contra de lo que dice su ex esposa. A los chicos les gusta emprender carrera desde el séptimo piso hasta la planta baja, corriendo por las escaleras, mientras su papá baja por el ascensor. Y lo que parecía ser otro día normal, lo dejó de ser en el momento que os chicos nunca llegaron a la planta baja.
La trama no es ningún secreto que el tráiler no haya develado, aunque es realmente difícil explicar porqué la película falla en tantos niveles sin dar sugerencias que terminen por ser spoilers. En este tipo de historias, todo es previsible, por lo que cada personaje que pasa delante de la pantalla en los casi 90 minutos de duración, se convierten en sospechosos, y no porque el director Patxi Amezcua decida jugar con ello, sino porque es como la mente del espectador juega a medida que procesa la película.
En sus primeros cuarenta minutos, Séptimo es el thriller que promete. Una pesadilla claustrofóbica, el peor día de su vida para un padre que ha perdido a sus hijos y que no sabe por dónde empezar a buscar; pero a medida que va dejando las paredes del edificio – el mejor elemento de la película, que ayuda muchísimo a su ritmo – la historia va cayendo en lugares en los que ya habíamos estado. Amezcua se queda pegado estrictamente a las convenciones de este género que corre contra el reloj. Pero la superficialidad con la que se mueven los protagonistas ante una situación tan extrema, molesta.
Digamos que Ricardo Darín como Sebastián perpetua bien su rol, aunque no le creemos en su juego de padre desesperado, más que por cansancio de verlo en pantalla, que por falencias del actor. Digamos… Ahora, escribiendo desde un instinto femenino, lo que más molesta es Belén Rueda en su rol de madre, que no está ni la tercera parte de desesperada de lo que debería estar. La lógica de su personaje es inconclusa e inexacta de principio a fin.
Es inevitable cuestionar el funcionalismo que plantea el guión de Séptimo, analizando el desempeño de Darín y Rueda como padres. La manera en la que se mueven ellos y los chicos no es admisible. Hay una calma que se precipita sobre el final que, aún sin cumplir o entender el rol de padre, es inexplicable; pero si se escribe más allá de lo que se puede decir, se arruinaría el final de Séptimo, que no está ni bien, ni mal, pero hace que el resto de la película se caiga a pedazos. Dicho esto, hay que dejar a criterio de cada espectador para que decida si el resto de la película valió la pena, pero que quede en claro que por segunda vez en el año, el hecho de que Ricardo Darín sea protagonista, puede significar un agregado de valor infundado en su totalidad. Quizás deberíamos dejar de sobrestimar ciertos proyectos cinematográficos argentinos de acuerdo a que actores y directores se vean involucrados, para que cuando la fachada se caiga, la decepción sea mucho menor.