Un juego cotidiano. Los chicos bajan por las escaleras, a ver si le ganan al padre, que lo hace por el ascensor. Pero esta vez papá llega abajo y de los chicos ni mu. No están en planta baja ni en los pisos medios. Antes, el director Patxi Amezcua había presentado a los personajes primarios y secundarios, las relaciones entre todos y otros hechos que se desperezan mientras despierta la mañana que cuenta Séptimo.
La pantalla se ilumina con un paneo bien lejano que enseña una Buenos Aires que se agranda a medida que la cámara se acerca, hasta llegar a un edificio en donde trascurre la cotidianidad de una familia cuyo matrimonio acaba de terminarse. Buena introducción para una película que bien puede comprenderse como Cine Nacional (en realidad, coproducción con gran participación española). Este es un film de suspenso “porteño: vida, problemáticas y cultura encuentran, acierto total de Amezcua, al mejor interprete posible en Ricardo Darín.
La película que regresa al actor predilecto de los espectadores argentinos a las pantallas, tras la exitosa Tesis sobre un homicidio, resulta uno de esos filmes de única escena (salpicada por, valga la contradicción, pequeños cambios de escenario y algunos apuntes exteriores). Estructurado definidamente en las líneas del thriller, el guión de Alejo Flah y el propio Amezcua cumple con las leyes del género y salpica de pistas, pistas falsas, nombres, sucesos secundarios y distintas tesituras los primeros minutos de la película. Como tantos thriller a contrarreloj, aunque sin la urgencia ni espectacularidad de las pelis norteamericanas, Séptimo es una buena propuesta si se lo despoja de prejuicios previos: hay algo de simplificación en las opciones y resoluciones que la trama irá entregando con el correr de los minutos.
No conviene agregar mucho más sobre los conflictos a resolverse en el film. Un elenco que incluye a Belén Rueda, Luis Ziembrowski y Osvaldo Santoro suma nombres en la pequeña comunidad que configura un edificio donde algo inusual ha ocurrido. El hecho de evitar una carrera de interminables (y agotadoras) vueltas de tuerca, como se estila en Hollywood, hace que la atención del espectador se concentre en “el cuento”, cómo viven los personajes el conflicto, cómo se va a resolver este asunto que bien podría ocurrirle a cualquiera. Sin confabulaciones macrogubernamentales, sin cifras exorbitantes, sin serial killers torturadores: un thriller donde la desesperación pasa por lo cercano, lo confiable, la cruel certidumbre de que hasta la vida más ordinaria puede ser sacudida de un momento a otro.