El misterio del espacio cerrado
El inicio de una jornada de trabajo sirve como presentación del profesional que representa Darín, quien ordena su vida por celular, mientras conduce su auto hacia la oficina aunque antes debe pasar a buscar a sus hijos y llevarlos al colegio. Está a cargo de un caso de corrupción que involucra a personajes muy poderosos. Mientras maneja, escucha las llamadas imperativas de su jefe y también habla con su hermana que le pide ayuda ante las amenazas de su ex pareja; además flirtea con su joven secretaria, alegando su flamante condición de hombre libre. Estaciona en el antiguo edificio donde viven su ex mujer con los niños y ésta le reprocha que haya entrado sin anunciarse, ya que ambos están realizando los trámites de separación. Sin embargo, la mala onda se esfuma cuando entran en escena las criaturas, que lo reciben con un juego y luego siguen con otro parecido: ver quién llega primero a la planta baja; ellos por la escalera y el padre por el ascensor. Pero los chicos desaparecen entre el séptimo piso y la entrada del edificio, por donde el portero dice no haberlos visto pasar.
Como el género manda, al estilo de los relatos londinenses de Sherlock Holmes o los cuentos racionales de Edgard Allan Poe, estamos ante un enigma que apela a la deducción para resolver el misterio de un recinto cerrado. Sobran las pistas falsas y las puntas de trama abandonadas en una historia con ritmo frenético y un suspenso acicateado por celulares que se quedan sin batería, autos que no arrancan y la duda variable acerca de quién es el culpable. Se produce una simbiosis del público justificando las razones del padre desesperado mientras ocurren algunas incoherencias que prefieren ignorarse.
Thriller de interiores
Hay algo de tramposo en la forma de presentar la geometría de un espacio tan limitado como el edificio, porque intencionalmente nunca tenemos una idea clara de cuántos departamentos hay por piso o cuánta gente vive en ellos. El esquema del “misterio del cuarto cerrado” no está bien construido, ya que los espacios están poco explícitos, hay imprecisiones que le permiten al guión inventar otros vecinos y nuevos departamentos cuando le conviene. Aunque en algún punto eso ya no importa porque el espectador acepta (o no) el verosímil que propone la propia realidad de la película.
El resultado es un thriller entretenido (vehiculizado sin duda por la presencia de Darín), pero con marca autoral en la dirección, buen ritmo y montaje, que mantiene un interés continuo. Minuto a minuto, el espectador puede imaginar posibilidades ante las evidencias que el guión tira con cuentagotas. Todo se acompaña de excelentes actuaciones y la dinámica de la filmación en el edificio, con mucha cámara en mano.
Infierno urbano
Las virtuosas tomas aéreas de la ciudad de Buenos Aires dan cuenta de una hiperurbanización donde la arquitectura puede asociarse a ese poema de Alfonsina Storni sobre “casas enfiladas, cuadrados y ángulos” que tienen su réplica en la deshumanización de las personas, algo que se siente (y mucho) en varios pasajes de “Séptimo”, donde la ciudad y, sobre todo, el viejo edificio de la calle Brasil, en el que transcurre casi toda la primera mitad del relato, se transforman en un infierno para el protagonista.
No parece casual el título, ya que en la Divina Comedia, al séptimo círculo del infierno se accede después de haber superado una grieta que marca una neta diferencia con la parte superior del averno: los condenados de los últimos tres círculos son culpables de haber puesto malicia en sus respectivas acciones. Empezamos con los violentos y en el último giro están los traidores. Ese macrocontexto aprisiona también a los personajes de esta historia, sin embargo, la humanidad no está perdida en este thriller contrarreloj, donde el plazo temporal precipita las acciones para resolver lo que más importa al protagonista, por sobre toda la trama de bajezas humanas: sus hijos.
Y Darín resulta convincente en el papel de hombre común en circunstancias extraordinarias, con varias vueltas de tuerca que el film va construyendo con mucho profesionalismo en medio de una atmósfera tan tensa que contagia e identifica con el protagonista.
“Séptimo” quiere ser una historia clásica y no hay nada nuevo bajo el sol pero la película atrapa al estar bien contada, con un lenguaje y unos ambientes que no permiten distanciamientos.