Séraphine

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Intervención divina

La ama de casa casi indigente que pintaba poseída por una vocación divina, que fue descubierta por un coleccionista alemán, que luego enloqueció, que murió en un hospicio en 1942 y que hoy es reconocida en los grandes museos del mundo. Esa podría ser la sinopsis de Séraphine, biopic sobre Séraphine de Senlis coescrita y dirigida por Martin Provost que cautivó a los franceses (casi un millón de espectadores y 7 premios Cesar, incluidos los de mejor película y actriz para Yolande Moreau) y que ahora llega a los cines argentinos.

Séraphine es de esas películas que -como crítico y como espectador- no me dejan demasiado margen para el análisis. Aprecio sus méritos (tanto lo que consigue como lo que elude), pero al mismo tiempo no puedo dejar de ver ciertas limitaciones de esa corrección propia del qualité .

Que la historia tiene aristas fascinantes (las cuestiones de clase propias del convulsionado período de entre guerras, la vocación religiosa ligada a la creación artística), que Provost sostiene la narración con una rigurosa puesta en escena y sin caer en lugares comunes ni los golpes de efecto propios del subgénero biopic, que la belga Moreau (esa querible regordeta vista en Sin techo ni ley y en la reciente Mammuth) está impecable, que la reconstrucción de época es digna de los mejores profesionales del cine francés... Todo eso es cierto y hacen de Séraphine una película valiosa y recomendable.

Pero -quizás por la sobrecarga de "impecables" films franceses sobre artistas torturados- Séraphine también me generó por momentos cierto fastidio, unas ganas íntimas de gritarle al director que se "desbocara", que "enloqueciera" un poco como su mística heroína y saliera de esa perfección que resulta casi conservadora. Dicho esto -algo personal- vuelvo a reconocer los no pocos méritos (visuales, narrativos, técnicos) de un film que puede no sorprende, pero que al mismo tiempo resulta incuestionable.