Como sugerí en la entrada anterior, diversos fines puede proponerse el cine cuando se decide comenzar con la difícil tarea de planear una película. Muchos cineastas eligen el camino más redituable, y optan por los espectaculares efectos especiales que la mayoría de las veces los hacen alcanzar récord en taquillas. Otros, son más originales y eligen una historia contundente. Muy pocos audaces, como es el caso de Martin Provost, deciden buscar a través del cine el reconocimiento que no tuvo en vida una persona.
Y es que, a mi entender, Séraphine es como el homenaje que nunca se le hizo a esta pintora, pionera y vanguardista en su época, ignorada por la historia. El mayor objetivo de ésta película es revivir a esta artista y darle el reconocimiento que se merece y que, en su momento, no lo tuvo.
Es principio del siglo XX y Séraphine, una mujer de una pequeña ciudad de Francia, alterna sus días de puro trabajo como empleada doméstica de la burguesía francesa con un pasatiempo, aparentemente inaccesible para gente de su clase social. Durante el día friega pisos, lava ropa en el río, cocina, come las sobras; y de noche, inventa nuevos colores, le canta a Dios y alimenta su pasión oculta: la pintura.
Dos cosas han llevado a Séraphine a pintar: una voz divina que le ha encomendado esa labor y su apego por la naturaleza, que parece ser su impulso y su gran inspiradora. Muchos sueños estaban dormidos y vuelven a despertarse cuando esta sirvienta de más de 50 años comienza a hacerse reconocida. Sin embargo, la Gran Depresión hará de gran piedra en el camino impidiéndole lograr el éxito que se merecía y terminará olvidada en un manicomio, abandonada incluso por su gran mentor: el alemán Wilhelm Udhe.
Quizás Séraphine no sea una de esas películas que llenan muchas butacas en la Argentina. He sido una afortunada de haber tenido la oportunidad de verla en el cine, ya que estuvo sólo dos furtivas semanas en cartelera. Quizás en nuestro país de a poco y con paciencia puedan ir incorporándose nuevos estilos y podamos aprender a ser más exigentes a la hora de elegir una película. Por lo pronto, conmigo, Séraphine logró su cometido ya que esta pintora, olvidada por el arte, por los museos, por las grandes galerías, fue recordada, esa noche, por el cine.