Jugando a reconstruir el pasado
Es saludable que nuestro cine siga sumando abordajes más informales y elásticos de los tiempos de ardorosa militancia política y conatos revolucionarios en nuestro país, que –es esencial recordarlo– en aquellos convulsionados años ’60 y ’70 reflejaban y refractaban otros países de Latinaomérica y el resto del mundo.
Sin énfasis ni solemnidad, y sin poder (o sin querer) eludir cierta mitificación del período, Seré millones, el mayor golpe a las finanzas de una dictadura juega a reconstruir un singular episodio de ese pasado. Dirigida, escrita y editada por Omar Neri, Fernando Krichmar y Mónica Simoncini, la película intenta recrear la historia de un robo delirante con final feliz y propósitos que hoy parecen insólitos: sin un plan demasiado complejo ni recurrir a la violencia, seis jóvenes militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores lograron alzarse (en la madrugada del 29 de enero de 1972) de diez millones de dólares depositados en el Banco Nacional de Desarrollo, muy cercano a la Casa Rosada, como una manera de confiscar dineros mal habidos por la dictadura militar de entonces y destinarlos a la causa. Tal vez lo más asombroso sea que lo hicieron evadiendo a la Policía, que no pudo encontrarlos ni castigarlos después.
Seré millones recurre a dos de los protagonistas de aquél hecho, Oscar Serrano y Ángel Abus, hoy hombres mayores de apariencia humilde aunque entusiasmados para recordar y contar su aventura. El film los hace interactuar con jóvenes actores que deben interpretarlos, recorrer los lugares de entonces, e incluso opinar sobre los resultados provisorios del proceso de pre-producción y rodaje. Allí se encuentra el mayor atractivo de este divertido semi-documental: Serrano y Abus caminan por el mismo banco (situación que recuerda a los ancianos recorriendo el mercado devenido shopping en Abasto, el documental de Néstor Frenkel), reconociendo y rememorando sitios del pasado, buscando junto a los directores soluciones adecuadas para escenificar situaciones, o desempeñándose casi como directores de casting.
Es notable cómo ese juego hecho de desdoblamientos, imitaciones, pruebas y disfraces consigue que esos hechos perdidos en la memoria se materialicen, y que el espectador pueda percibirlos cercanos, más allá de que suenen desatinados y que tanta agua haya pasado bajo el puente. Las mismas discusiones permiten intuir el acaloramiento de aquellos momentos, junto a la mirada sorprendida o fascinada (si es o no auténtica no importa demasiado, por las características del film) de los actores que no vivieron la época.
La cámara en mano siguiendo los pasos de los testigos-actores-personajes provoca que, circunstancialmente, asomen el micrófono o los propios directores, con repentismo televisivo. Asimismo, la emoción de algún reencuentro y los chispazos de humor barrial (asado incluido) demuestran la falta de ambiciones intelectuales del film y de sus retratados. Estimulante como experiencia antes que brillante como película, Seré millones tiene por ahí algo de ejercicio teatral y hasta de reality show. Escenas de Espartaco (1960, Stanley Kubrick) y de cortos de Raymundo Gleyzer (1941/1976) le dan valor simbólico e ideológico a lo que, por momentos, parece una simple travesura que terminó milagrosamente bien.
Los testimonios y la historia –que se muestran algo recortados– de Serrano, Abus y sus compañeros de militancia (incluyendo el propio Mario Santucho), llevan a repetir alguna terminología discutible, como cuando en un texto sobreimpreso se menciona el “ajusticiamiento” de alguien (no importa quién) en “un acto heroico”. Al mismo tiempo, al revelar que el robo contó con la colaboración de empleados del banco que eran militantes del ERP, sumamente respetados y queridos por sus compañeros, Seré millones devuelve la sensación extraña de una época de menos individualismo e ideales colectivistas.
El film de Neri, Krichmar y Simoncini rescata elementos que incentivan el debate, sacude con habilidad la memoria y ayuda a que vuelva a cobrar vida aquella historia increíble pero real.