Voces de una confiscación revolucionaria
Con un tono casi picaresco, el documental de Omar Neri, Fernando Kirchmar y Mónica Simone se destaca por el relato de los protagonistas, los mismísimos “entregadores” del banco, Oscar “El Gordo” Serrano y Angel “El Turco” Abús, que trabajaban allí como serenos.
En la historia de la guerrilla en la Argentina hubo dos “golpes” dados con propósitos recaudatorios, que los diarios no supieron bien si cubrir en las páginas de policiales o en las de política. Uno fue el asalto al Policlínico Bancario, dado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara en 1963. El otro, el robo (confiscación, si se quiere) del tesoro del Banco Nacional de De-sarrollo, concretado por el PRT/ERP en enero de 1972. Mientras que el MNRT nunca se atribuyó el operativo de forma oficial, el ERP pintó consignas en las paredes del banco y lo reivindicó mediante un comunicado. Poniendo en números las diferencias organizativas, operativas y de ambición entre una y otra organización, mientras que el MNRT se llevó del Policlínico cien mil dólares, los miembros del ERP “levantaron” del Banade cien veces más. Diez millones de verdes. De allí (pero no sólo de allí) el título de esta película que reconstruye el episodio, considerado “el golpe del siglo” en Argentina. Hasta dos años más tarde, al menos, cuando la organización Montoneros cobró, en concepto de rescate por el secuestro de los hermanos Born, la friolera de 60 millones de dólares.
“Volverá y será millones”, dice Kirk Douglas en un fragmento de Espartaco (1960), que se reproduce en Seré millones. Se refiere al personaje de Antonino, su segundo, a quien él mismo se ve obligado a dar muerte. ¿Alguien recordaba la frase? De la película, queremos decir. Kubrick o el guionista, Dalton Trumbo, “se la afanaron” a Evita, se supondrá, teniendo en cuenta que la Jefa Espiritual de la Nación la pronunció poco antes de su muerte, ocho años anterior a la película. Bueno, no: la frase la escribió Howard Fast, en la novela en la que la película de Stanley Kubrick se basa. Y la novela es de... 1951. Así que ahí la tenemos a Evita, usando a Howard Fast de inspiración para una de sus frases más famosas.
Omar Neri y Mónica Simone –autores, directores y montajistas de Seré millones, junto a Fernando Krichmar– habían participado, junto a otros cuatro colegas, de la realización del tríptico Gaviotas blindadas (2006/2008), que contaba la historia entera del PRT/ERP. Seré millones es algo así como su derivación picaresca. Picaresca por el tono que la película decide adoptar, a partir del que le imprimen los protagonistas. Estos son nada menos que los mismísimos “entregadores” del Banade, Oscar “El Gordo” Serrano y Angel “El Turco” Abús, que trabajaban allí como serenos. Y que están vivos. Algo que Neri, Kirchmar y Simone aprovechan, con astucia, para hacer de ellos el centro y el alma de la película. Pero los realizadores eluden el modelo talking head para darle al relato de los hechos, por parte de Alegre y Abús, una puesta en escena más moderna, más dinámica, más pícara.
Por un lado, el episodio y la historia misma de ambos protagonistas se reconstruyen mediante diálogos, entre ellos o con terceros. Notoriamente, durante un asadito al sol, con otros ex miembros del ERP. Ah, sí, porque además de trabajar en el Banade (fundado por Perón en 1951, cerrado por Menem en 1993), El Gordo y El Turco eran miembros de esa organización armada. Y ningunos “idiotas útiles”, por cierto: ambos la tienen clarísima, conservan libros, revistas y banderas y transmiten a quien quiera oírlos su confianza en que algún día el socialismo triunfará. La otra instancia a la que Neri, Kirchmar y Simone recurren es la de la ficcionalización. Pero no al estilo de documentales más tradicionales (televisivos, sobre todo), que traspasan el hecho documental a la ficción convencional, sino dejando ver (un poco a la manera de Los rubios) la construcción de la ficción.
Seré millones (título que revela de por sí la condición picaresca, provocativa de la película) muestra el proceso de conformación del casting que representará el robo, la interrelación entre actores y verdaderos protagonistas y, finalmente, la representación misma, con el Gallego Fernández Palmeiro, Raymundo Gleyzer y el mismísimo Mario Roberto Santucho como “invitados especiales”. Pero la representación es, deliberadamente, tan zaparrastrosa como en un circo de barrio, con un taxi que consiste en una banderita, un volante, un par de asientos y un esqueleto metálico como emblema de esa voluntad de exhibición del artificio. Es verdad que el resultado no es del todo redondo. Ciertas repeticiones, emocionalismo y falta de distancia con respecto a los protagonistas parecen apuntar a una identificación algo facilista por parte del espectador. Pero Serrano y Abús son dos verdaderos personajes y sobrevivientes, el episodio que protagonizaron está bien transmitido y por detrás de él asoman los ‘70, con mirada pícara y política.