En una breve introducción de casi cuatro minutos la voz en off de Oscar Serrano va recorriendo algo de la historia política del siglo pasado: Perón, Evita, el golpe, revolución cubana y el “Che” como estandartes de las ideas socialistas y la juventud de izquierda que ansiaba la vuelta de Juan Domingo para traer el socialismo. Imágenes de archivo en las cuales se escuchan cantitos tristemente célebres como “Montoneros, FAR y ERP., con las armas al poder” o “ERP, ERP; Morir o vencer!”, y finalmente un mapita del microcentro que centrándose en el Banco Nacional de Desarrollo, en la época de Lanusse, que le da paso al título: “Seré Millones”.
A partir de ese momento hay una bifurcación. Dos caminos por los cuales los directores Omar Neri, Fernando Krichmar y Mónica Simoncini harán transitar ésta realización sobre uno de los asaltos más famosos y renombrados de la Argentina: El robo al Banco Nacional de Desarrollo en 1972, aunque en función de los ideales de la época se insista en llamar “expropiación”
El primer camino involucra el material correspondiente al casting para la supuesta parte ficcionada, casting en el cual están presentes Angel Abus y Oscar Serrano, dos de los autores del robo original, que ayudan en este caso a nutrir a los aspirantes de información vital para la composición de los personajes, y el vivir y sentir de aquellos años. Vemos pruebas de cámara, cámaras ocultas, opiniones personales, interacción mutua en alguna suerte de ejercicio de improvisación… la cámara se detiene un par de veces a tomar de cerca a actores visiblemente sensibilizados ante la presencia de los dos viejitos y su historia. Así desfilan Juan Isola, Federico Pereyra, Rocío Dominguez, etc. buenos actores que esperan su oportunidad.
Luego de la selección, los elegidos comienzan con su tarea de investigación. Se suceden entrevistas en distintos marcos que intentan aportar cierta naturalidad como por ejemplo el andar de Oscar junto a Pablo Trimarchi por las calles del centro hasta llegar al viejo Siam Di Tella.
El segundo camino es la información propiamente dicha por sus protagonistas e intercalada con algunas imágenes de archivo vistas hasta el hartazgo, y otras de jugosa factura como los comunicados del ERP o el corto sobre Swift de Raymundo Gleyzer.
Entre ensayos grabados dirigidos (¿?) por Oscar y Angel, algún asado evocador con amigos, y las típicas “cabezas parlantes” transcurre “Seré millones”. Es curioso como poco a poco las decisiones estéticas aumentan en desmedro de la propuesta. Por ejemplo cuando los verdaderos protagonistas de la historia recrean situaciones frente a los actores. Allí es cuando el desvío de la temática se diluye por completo y el robo per sé pasa a un segundo plano, para hacer prevalecer una tarea más cercana a la creación colectiva teatral que del cine, pero como ninguno de los dos retratados son directores (más que de sus recuerdos), las imágenes transmiten un experimento en el cual el trabajo de los actores tampoco cobra la dimensión adecuada. Como si diera lo mismo que estén o no. Aquí se hacen evidentes las diferencias de criterio frente a la obra por parte del trío de directores.
De a ratos vuelve el interés por la idea central cuando se aprovecha el material de archivo fílmico y fotográfico para darle título a cada segmento en el que se divide el relato, e incluso para introducir y plasmar el contexto político y social que impulsaba algunas decisiones por parte de los militantes. Hay hasta cierto tono comprensivo sin que por esto se proponga una reivindicación del accionar guerrillero. De cualquier modo, la película sale airosa al tirar cierto aire fresco para repasar aquellos años de incertidumbre y violencia cotidiana. Una mirada hacia los ‘70 desde un ángulo inusual dado el origen, como si se tratara de dejar los prejuicios de lado a la hora de analizar la historia.