Todo se empieza a complicar inesperadamente en la vida de Emilia, una maestra de escuela primaria que se ve envuelta en un escándalo por la filtración de un video privado filmado con un celular. Después de un inicio que muestra sin pudor ni censura el contenido explícito de esa grabación casera, esta película rumana, anómala, satírica y deliberadamente provocadora -ganó el Oso de Oro este año de la competencia oficial del Festival de Berlín– se despliega en tres partes.
La primera es un híbrido entre ficción y documental en la que vemos a la protagonista acusar el impacto de la noticia y recorrer las calles de una Bucarest afectada por la pandemia, lastimada por la crisis económica -Rumania es uno de los países más pobres de Europa- y con demasiada gente al borde de un ataque de nervios. En la siguiente, la narrativa convencional queda a un lado para darle paso a una especie de diccionario audiovisual que incluye un colorido abanico de términos disímiles en distintos campos de estudio: noticias, discursos políticos y religiosos, imágenes de abusos policiales, spots publicitarios y un puñado de contenidos bizarros de esos que hoy circulan masivamente. Un bombardeo de información al que casi todos -salvo aquellos que eligen la reclusión en un monasterio- estamos sometidos cotidianamente y que digerimos sin mucha reflexión ni resistencia.
La operación funciona por contraste: la misma sociedad que no reacciona ante esa catarata de spam vendido como insumo necesario para estar “conectado” es la que se vuelve mucho más rígida cuando se trata de juzgar una conducta privada que se vuelve pública accidentalmente o, peor, por malicia.
La tercera parte, justamente, se centra en esa vehemencia muy común en los momentos en los que asumimos el rol de jueces full time, un papel que solo se puede abandonar con temple, decisión y una pizca de sabiduría. Narrado en un abierto tono farsesco, ese fragmento final de la película, en el que la docente desprevenida es atacada por un tribunal dispuesto desde el minuto uno de un proceso ad hoc que tiene inquietantes puntos de contacto con la fiebre por la denuncia sistemática de la televisión argentina, tiene más de un momento tragicómico. Se podría decir que los personajes que lo animan rozan el estereotipo, ¿pero acaso no luce esta época de acumulación exacerbada de datos como un reflejo de los peores clichés, como la profecía autocumplida de una pesadilla probable de la que en un pasado no tan remoto solíamos burlarnos?
Sexo desafortunado o porno loco es notoriamente una película contemporánea: no tanto por la proliferación de barbijos y dispositivos móviles que muestra, sino más bien por el ambiente perverso que se vislumbra en un mundo donde vigilar y castigar está al alcance de casi todos, las relaciones interpersonales pueden ser tan superfluas como violentas y la lógica de la salvación individual es norma.