En la senda de Walter Benjamin
Con una serie de pequeños apuntes brillantes, la nueva maravilla del director de "Mayúscula imprenta" da cuenta de la verdadera obscenidad de nuestra época, que no está en un video porno casero, sino en el capitalismo desenfrenado.
Un prólogo, tres capítulos y un epílogo conforman la estructura básica de Sexo desafortunado o porno loco, la nueva maravilla del gran director rumano Radu Jude, ganador del Oso de Oro de la Berlinale 2021. Ese orden, que así enunciado parece tan aristotélico en su construcción, sin embargo está dinamitado en el interior mismo del film, abierto a todo tipo de estilos, digresiones y puntos de fuga. Esto no le impide a Jude dar cuenta de su época como pocas películas lo han hecho en los impiadosos tiempos que corren. Por el contrario, se diría que esa implosión formal es la que le permite al director reflejar la disgregación social, el absurdo cotidiano y la violencia física y simbólica en la que estamos inmersos.
El prólogo no dura más de tres minutos y es un video porno casero, donde un hombre y una mujer enmascarados dan rienda suelta a sus fantasías. Punto y aparte. El capítulo uno lleva por título “Calle de sentido único”, a su vez el título de un pequeño pero importante libro de Walter Benjamin (Einbahnstrasse), constituido por unas 60 de miniaturas literarias, que aquí funciona como inspiración y programa estético. Una mujer joven, vestida con un modesto traje sastre, recorre nerviosa las calles de Bucarest mientras se ocupa de distintas compras y diligencias. Esos menesteres son secundarios pero sirven para dar los primeros indicios –a través de una visita de cortesía y de un par de llamados a su celular- de que esa mujer es la protagonista del video porno, que es una docente y que la difusión en redes -sin su consentimiento- del video le puede costar el puesto.
Lo que importa en este primer capítulo, sin embargo, es –como hubiera querido Benjamin- la infinidad de pequeños apuntes que Jude hace sobre Bucarest mientras sigue el derrotero de Emilia (Katia Pascariu), su protagonista. Con un ojo privilegiado, capaz de extraer con su mirada las notas más punzantes de la ciudad, Jude expone la hostilidad urbana en su apogeo: ruido, feísmo, ahistoricidad, agresión física y verbal, agobiante polución visual. Tanta que un par de planos de unas gigantografías publicitarias ("Me gusta hasta el fondo", grita una donde la modelo come un chocolate) dan cuenta de la verdadera obscenidad, que no es la de video porno casero, sino la del capitalismo desenfrenado. En un país que alguna vez se dijo comunista, hoy lo que importa es el tamaño del auto, que puede ser un bestial Hummer 4x4 estacionado sobre la vereda (la impunidad que da el poder del dinero) y del que apenas puede descender su propietario, obeso seguramente a causa de su sedentarismo.
“…Una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto más bien es la expresión habitual de su infructuosidad”, escribía Benjamin en su Einbahnstrasse. “Para ser significativa, la eficacia literaria sólo puede surgir del riguroso intercambio entre acción y escritura; ha de plasmar, a través de octavillas, folletos, artículos de revista y carteles publicitarios las modestas formas que se corresponden mejor con su influencia en el seno de las comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Solo el lenguaje rápido y directo revela una eficacia operativa adecuada al momento actual”. Basta cambiar literatura por cine y octavillas y folletos por capturas de video para comprender el método con el que Radu Jude percibe el pulso de su tiempo.
Y es lo que vuelve a hacer en el capítulo dos de su Sexo desafortunado o porno loco, titulado “Breve diccionario de anécdotas, signos y maravillas”, donde con total libertad Jude va eligiendo palabras aparentemente al azar para cargar –con pequeñas invectivas colmadas de humor negro y veneno- contra la Iglesia ortodoxa rumana, el nacionalismo, el militarismo, el antisemitismo, el patriotismo y varios “ismos” más, a los que hay que sumar a Ceausescu, por supuesto, y los actos escolares.
Entre estos últimos hay que contar al capítulo tres, titulado “Praxis e insinuaciones (sitcom)”, donde Emilia –muy lejos de ser una víctima- es obligada a comparecer en un juicio sumario organizado por la escuela a pedido de los padres biempensantes, decididos a quemar a la bruja del video porno en la hoguera de sus prejuicios e hipocresías. Este capítulo es el más convencional de la nueva película de Jude, que organiza el proceso a la manera de una farsa deliberadamente grotesca y teatral, donde la ridícula variedad de barbijos (“el bozal de los esclavos”, según un padre conspiranoico) no hacen sino acentuar las máscaras detrás de las que apenas se esconden las retrógradas “fuerzas vivas” de la sociedad, siempre dispuestas a enarbolar los manuales de la moral y las buenas costumbres.
El epílogo -que en verdad son tres a falta de uno- no hará sino confirmar la libertad, el desparpajo y el espíritu cáustico del director de Aferim! y Mayúscula imprenta, donde se sugiere que “la película no era más que una broma”. Pero una broma que, como la de la novela del checo Milan Kundera, puede llegar a la náusea.