Lo que importa es lo de afuera.
Amy Schumer interpreta a una atormentada mujer moderna que prácticamente vive para intentar cambiar su apariencia, causa de todos los sufrimientos en su vida. Pero a pesar de sus incontables esfuerzos, será un impredecible giro del destino el que la convierta, de la noche a la mañana, en sexy por accidente.
Renee Bennett (Schumer) está rondando los treinta, es soltera, trabaja en una lóbrega oficina, tiene dos mejores amigas con las que comparte todo y desde que tiene uso de razón ha estado disconforme con su cuerpo, lo que le produce serios problemas de seguridad y autoestima. Entre las tantas cosas que decide hacer para combatir esos kilos de más que tanto le molestan, Renee se inscribe en una clase de spinning pero esta termina en tragedia cuando el asiento de su bicicleta fija cede provocándole una fuerte caída con golpe en la cabeza incluido. Sin embargo, la tragedia se convierte en bendición ya que a causa de esa contusión, cuando Renee recupera el conocimiento y se mira al espejo lo que ve es una versión súper mejorada de sí misma. Su aspecto no cambió en lo más mínimo, pero ella se ve a sí misma como la mujer más sexy del mundo.
Con una buena labor protagónica de la talentosa Amy Schumer y un buen aporte desde los roles secundarios de Michelle Williams y Emily Ratajkowski, Sexy por Accidente tiene las características de esas películas propias de los noventa o principios de los 2000 que proponían a un personaje protagónico de características mundanas y corrientes con algún tipo de problema (generalmente sentimental) que encuentra aparente solución en un acontecimiento de tintes fantásticos. Quisiera ser grande, Si tuviera 30 o Como si fuera cierto son solo algunos ejemplos de esto.
Y si aquellos títulos (a los que podemos agregar las más recientes Cuestión de Tiempo o) sorprendían por su originalidad de premisa, por la simpatía de sus personajes, por las situaciones que se generaban a partir del desencadenante fantástico, por su profundo viraje dramático o por ser realmente grandes representantes del género de la comedia romántica, el problema de Sexy por Accidente es que no tilda ninguno de los casilleros enumerados.
Porque si bien Schumer logra imprimirle todo su carisma y simpatía a su personaje, lo que tenemos es una propuesta de protagonista que ya hemos visto hasta el hartazgo, con todos los lugares comunes propios de “la chica que se siente fea” con su amplia cuota de sueños incumplidos a causa de esa insatisfacción física. Y cuando creemos que la cosa va a levantar a partir de que ese personaje de la noche a la mañana se cree la más linda de todas aunque exteriormente nada haya cambiado, la película vuelve a tomar el camino del cliché al mostrarnos a una mujer que no responde a los cánones establecidos de “belleza” participando de un concurso de remeras mojadas, buscando un ascenso en la compañía de cosméticos para la que trabaja haciendo ojitos en la entrevista y teniendo una y otra y otra y otra vez las mismas conversaciones del estilo “yo sé que para ustedes las feas todo es muy difícil” o “no te creas, tampoco es todo color de rosa para mí, a veces ser hermosa puede ser una carga también”. Todo muy predecible, repetitivo y lejísimos de ser gracioso.
Sexy por Accidente podría haber resultado simpática hace veinte, veinticinco años. Pero contar una historia que desde el principio sabemos a dónde va a terminar, con chistes obvios, estereotipada de principio a fin y con un discurso final edulcoradamente moralista de una chica que logró todas sus metas, no por ser linda sino por sentirse linda, es retroceder demasiado para un momento en el que el cine y el arte afortunadamente hace rato que se han corrido de esa artificialidad exenta de contenido.