Una buena idea que se termina escurriendo por la alcantarilla de la moralidad. La premisa de Sexy por accidente --a tono con el descubrimiento de las mujeres que ha hecho Hollywood en los últimos tiempos- es atractiva: una gordita obsesionada por sus kilos de más, de golpe y porrazo -literalmente- empieza a verse a sí misma hermosa, atractiva, irresistible. Y ese cambio de actitud hacia sí misma provoca un cambio de actitud hacia el mundo: se transforma de perdedora en ganadora -siempre según los parámetros hollywoodenses- en cuestión de días. La moraleja salta a la vista. Pero no lo suficiente, al parecer, porque la insistencia del guión sobre las bondades de la autoestima es permanente.
Esta es la opera prima de Abby Kohn y Marc Silverstein, que se forjaron la reputación de efectiva dupla de guionistas de comedias románticas -románticas -Jamás besada, Simplemente no te quiere, Votos de amor-, con el acento puesto, en general, en la mirada femenina. Aquí, con un guión cargado de observaciones estilo Maitena, exponen la tortura de muchas mujeres en su intento de ajustarse al canon de belleza imperante.
Y encontraron a la protagonista ideal en Amy Schumer, una comediante acostumbrada a reírse de sí misma, su físico y sus desventuras sexuales y amorosas en sus monólogos de stand up. Pocas mejores que ella para burlarse de la tiranía del gimnasio y la vida sana. Tiene una socia inesperada: Michelle Williams, que no suele trabajar en comedias y aquí brilla como la glamorosa heredera de un imperio de cosméticos.
Hay escenas divertidas -sobre todo las basadas en el absurdo del supuesto cambio de imagen de Renée- y también algunas tiernas, en las que Kohn y Silverstein muestran su oficio para el romance de antihéroes. Pero la cuestión se torna fastidiosa cuando se empieza a repetir el mensaje: hay que aceptarse tal cual uno es y no obsesionarse por los defectos. La confianza en uno mismo es todo, nos dicen una y otra vez, y nos dejan con la sensación de haber asistido a un sermón de autoayuda disfrazado de comedia.