Una verrrrgüenza
La primera toma que vemos es gráfica sobre lo que vendrá. Silencios, tiempos muertos, largas tomas que obligan al espectador a ser testigos de lo más anodino. El director decide que el guión técnico vaya a la par del artístico y ante la inmovilidad de sus personajes inmoviliza también la cámara, evita los cortes; se torna pretencioso tal vez creído de poseer un talento que aquí no demuestra.
Brandon (Michael Fassbender) es un hombre pulcro, muy "cool", que vive en un departamento acorde a su personalidad, con bandeja giradiscos y muchos vinilos junto al ventanal que le permite ver la ciudad de Nueva York desde la altura. No tardará el espectador en advertir que a este muchachón le gusta el sexo pago, la pornografía y cuando no tiene compañía gusta de autosatisfacerse, donde sea.
Se le complica la cuestión cuando su hermana se le instala en el departamento. La chica es de cascos ligeros, bastante pesada, y para colmo en una escena nos ofrece la versión más exasperante que alguna vez hayamos escuchado del clásico "New york, New York".
Asistimos al derrumbe físico y emocional de Brandon al ver su mundo invadido, aunque el director no consigue establecer el contraste que la historia pide, su mundo aséptico sumado a la pereza creativa en materia cinematográfica, atentan contra el conflicto que nunca llega a exponerse del todo con la fuerza que su protagonista impone en el tramo final, donde el relato mejora un poco.
Es mérito de Fassbender ponerse la historia al hombro, contar lo que le pasa a su personaje desde la mirada y el cuerpo. Pero el director prefirió la distancia. La que hay que tener de los cines donde se exhiba esta oda soporífera a la pretención.