Entre la desolación y el vacío existencial
La película de McQueen se puede leer como una nueva manera de comprender los modos en que se manifiestan la soledad y la incomunicación en nuestro tiempo. Un film controversial por la crudeza de las imágenes que aluden a las adicciones sexuales.
Precedida por una serie de actitudes censoras, no sólo en el plano de algunas críticas periodísticas, sino en la decisión de no exhibirla en una cadena de cines de nuestro país; identificado el film por ciertas notas de "elevado tono" en lo que hace a la mostración directa, tal como algunos medios se encargaron de subrayar; el estreno de un film como "Shame" nos coloca frente a un exponente abiertamente situado ante un escenario de desolación y vacío existencial que, de inmediato, desautoriza tan ligeras y simplificadas opiniones, que no han hecho más que alimentar las tan encendidas argumentaciones de tantos cruzados fundamentalistas.
El segundo film de Steve McQueen, realizador londinense nacido en Londres en l969, dedicado por igual a la fotografía y al videoarte, desde el momento de su presentación en el Festival de Venecia en el 2011, donde su actor principal obtuvo el galardón máximo, viene suscitando respuestas controvertidas. Y las mismas se juegan en parte por algunos aspectos ya señalados y por otro lado, por lo que algunos consideran, desde el título mismo, "Vergüenza", el carácter "moralista" del film. Entre estas dos posiciones que han provocado grandes debates, el film viene abriéndose paso y promete ya abrir todo un nuevo capítulo en la historia del llamado Cine Erótico, como en algún momento lo señalara, "Ultimo tango en París" en 1972, de Bernardo Bertolucci.
En esa Nueva York que desde 1928 el eximio realizador King Vidor ha identificado desde su film "The Crowd? Y el mundo marcha" como el centro neurálgico de las grandes operaciones y el motor de esos espejismos que empujan al hombre a un estado de alienación y soledad; en el circuito mismo de la llamada la Gran Manzana, el exitoso y ascendente Brandon Sullivan, treintañero, y poseedor de un pasaporte al triunfalismo, vivirá relaciones ocasionales al ritmo de encuentros virtuales, con imágenes que ofrece su computer, con mujeres que fugazmente cruzarán su dormitorio. En tal caso el único contacto permanente es el que establece con su propio miembro, a través de movimientos frenéticos y compulsivos, sea en su propio hogar o bien en la oficina. Su modo de ver, de acercarse a los demás, marca una zona límite, la del no compromiso directo. Y lo hace y lo seguirá haciendo internándose por riegosos y anónimos espacios, allí, donde es necesario darse a conocer; donde no hay que hay que saber el nombre del otro, ni dar a conocer el propio.
Lejos de ser una relación sexual la que establece con el mundo, Brandon lo que pone en juego es un acto individual de su genitalidad. El Otro sólo sería esa pantalla en la cual refleja su accionar. El Otro no tiene nombre, no tiene historia. Desde su accionar, Brandon irá ingresando en una espiral descendente que lo llevará a exponer frente a nosotros, ya no sólo lo que en los primeros momentos es su frontalidad, su genitalidad expresa, sino su más quebrada fragilidad.
Si en las primeras secuencias del film, Brandon intenta mostrarse seguro de sí mismo, ajeno a ciertas perturbaciones, indiferente frente a ese llamado telefónico que le anuncia una inminente voz que recalará de inmediato en su propia escena; si en esos primeros momentos, Brandon se asume como el triunfador yuppie que pasea su desnudez por el interior de su lujoso departamento ante cualquier conquista de su caprichosa cacería; será, ante la llegada de su hermana Sissy, de manera inesperada, que toda su historia silenciada, tomará otro derrotero.
Michael Fassbender, quien interpreta a Carl Gustav Jung en el film que se exhibe en estos días "Un metodo peligroso" y que fuera el intérprete del primer film de McQueen, "Hunger", sobre la historia en prisión del soldado del IRA, Bobby Sands, en los años de la opresora Thatcher, logra momentos de desesperada conflictividad dramática junto a Carey Mulligan, como Sissy, su hermana en la ficción, a partir de esos rechazos y desencuentros, desprecio y reclamos, que ponen en evidencia una historia anterior que no se evidencia ni se explicita jamás. Pero que asoma por entre las rendijas de lo que no se pudo alcanzar, cuando el hermano con lágrimas en los ojos, la escucha cantar, esa noche, en ese club, con su voz forzada y opaca, "New York, New York".
Más cerca del cine independiente de los años 70, pienso en Robert Altman y en el mismo Mike Nichols, que en el de hoy, con una aproximación a un trabajo en el plano sonoro que no sólo crea atmósferas sino que otorga proyección y relieve a la textura casi trágica y desde una opaca iluminación, por momentos acerada y en tono pastel, SHAME rompe esa estructura vidriada una individualidad y se puede leer como una nueva manera de comprender los modos en que se manifiestan la soledad y la incomunicación en nuestro tiempo. Términos que, en los años 60, nos llevaban a los nombres de Louis Malle, Michelangelo Antonioni, David José Kohon, John Cassavetes, Rodolfo Kuhn, Carlos Saura, Ingmar Bergman, entre otros.
Las distintas gradaciones sonoras adquieren en "Shame" una construcción que se pueden seguir desde una operación del mismo montaje que va prefigurando ese último momento, tan presente en la memoria del espectador, desde el recuerdo de imágenes del mundo de la fotografía y la pintura, desde la misma observación de tantos rostros cotidianos. En ese paisaje en el que la figura humana a veces llega a desdibujarse.