Sexópata americano
La soledad, la incomunicación, la rutina, el éxito económico, el vacío espiritual, la vergüenza o la carencia de esta. Todo esto nos muestra Shame: sin reservas, la última película del joven guionista y director Steve McQueen, que no debe ser confundido con el famoso actor del mismo nombre. Dicho realizador, nos trae una obra muy crítica con respecto a la sociedad actual y a la supuesta búsqueda de éxito personal profesional, que no es nada menos que un camino mecánico de días de trabajo y soledad espiritual.
Desde un comienzo, el film parece remitirnos a la famosa Psicópata americano, en la cual se nos mostraba un paisaje parecido: el microcosmos perfecto de un hombre de negocios con extremos cuidados hacia su propio aspecto exterior y adicto al sexo. La diferencia la hallamos en el tono más realista y dramático del film de McQueen: el protagonista no aparece estereotipado, es un ser real que trata de omitir su emocionalidad. Pero, al igual que el otro personaje, tiene un problema de índole sexual, aunque en este caso no se trata de un psicópata asesino.
Brandon, nuestro protagonista interpretado por Michael Fassbender, es un gran consumidor de pornografía y de sexo pago, de hecho prácticamente no puede relacionarse sexualmente con una persona con la que pueda haber sentimientos implicados. Toda mujer entra a su mundo como una mercancía o una mera conquista casual que no volverá a ver.
Su rutina laboral y sexual se verá trastornada por la aparición de su hermana Sissy (interpretada por Carey Mulligan), una muchacha que posee también un conflicto de índole sexual, pero prácticamente opuesto al del hermano: se enamora perdidamente del primer hombre que se cruza por su camino. Este personaje será el detonante de la historia y ambos hermanos aparecerán contrapuestos: una con sus emociones constantemente a flor de piel y el otro silenciando todos sus sentimientos.
Se trata de una película muy dramática, que no se ahorra detalles que hagan al realismo de los hechos retratados. Desde su comienzo nos introduce en el clima de una New York casi solitaria, vacía, al compás de diversas piezas de Bach. Estos tonos grises, los silencios, intercalados con los hechos relatados, las salidas nocturnas del protagonista, sus revolcones, mantendrán la atención del espectador a lo largo de film. Este mundo de apariencias no dejará de mostrar a cada paso de Brandon una búsqueda de satisfacer cierta angustia, que es quizás consecuencia de años de omisión de los propios sentimientos.