Shame empieza con su protagonista, Brandon, desnudo, caminando solo por su departamento, comiendo el desayuno y orinando, todo esto mientras una mujer, hasta el momento desconocida, ruega al teléfono por escuchar su voz, saber de él, estar segura que ella significó algo. Brandon termina sus necesidades y procede a darse una ducha sin haber atendido sus mensajes. Su indiferencia hacia ella es fríamente evidente.
Así es como el director Steve McQueen nos presenta a su protagonista, un hombre desconectado emocionalmente de los demás pero con impulsos sexuales inmensos. Impulsos que, cuando no puede expresarlos con alguna mujer, lo hará con sí mismo, ya sea valiéndose de pornografía en revistas, videochats, o simplemente, masturbándose en el baño. Pero todo ese sexo jamás es suficiente.
Shame es una de esas películas que desnuda a sus personajes, en forma literal y metafórica. No hay tapujos, no hay tabúes, McQueen refleja el retrato de una sociedad guiada por la superficialidad y, al parecer, las consecuencias de ello. Así en pantalla enfrenta a los dos polos: por un lado a Brandon, el hombre desinteresado de cualquier cosa que involucre sentimentalismo y que sólo busca satisfacer sus deseos, mientras que del otro a su hermana Sissy, emocional y vulnerable, brillantemente interpretada por una Carey Mulligan que merecía estar sentada junto a las nominadas al Oscar esa noche del 26 de febrero pasado. El encanto de la película radica en las actuaciones de sus protagonistas: un ejemplo bastante curioso es la escena en el bar donde ella canta New York, New York de Frank Sinatra, canción que a pesar de tener una letra un tanto agradable, resulta incómoda de ver, pues sabemos que Sissy en realidad está cantándole a la indiferencia de su hermano.
En materia de exposición, McQueen no se mide, hace de Shame una película que orgullosamente merece su clasificación extrema, hay escenas de sexo de calidad y en cantidad, pero cada desnudo, cada penetración, cada encuadre, está justificado y significa algo. McQueen hace del acto sexual una poesía de romanticismo, frustración y dolor, hace que signifique algo y no esté ahí sólo por la mera exposición.
Ya es de conocimiento público que su punto fuerte es Michael Fassbender, cuya actuación recibió oleadas de aclamación de la crítica y el público. ¿Qué esperar de este estupendo actor?. En efecto, su trabajo es extraordinario, imperdible, valiente y conmovedor, Fassbender da una de las mejores interpretaciones de la década. Su actuación consiste en sutiles pero muy directos gestos, acciones y silencios para saber que por dentro su personaje sufre de una tormento terrible. No hace falta que grite, que rompa cosas y le reclame a Dios en medio de la lluvia el por qué de su existencia y sufrir. ¿Qué si el sexo no es suficiente? ¿Cómo puede ser el placer más grande del mundo resultar algo doloroso? ¿Por qué no se puede conectar con una persona emocionalmente y evitar tener relaciones a la mujer de en frente?. Shame se une a la fila de películas incómodas y profundas como The Last Tango In Paris de Bernardo Bertolucci, Crash de David Cronenberg e incluso, Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick. A McQueen, al igual que los directores de las cintas mencionadas, no le interesa meterse en dilemas morales con sus personajes, decirnos qué está bien y qué está mal, sino simplemente ponerlos en pantalla y mostrarnos su cruel y solitario mundo.
Shame es una cinta bellamente fotografiada que merece ser vista por aquel público valiente que no le tema a un retrato en el que pueda verse reflejado. No es una película que se disfrute por morbosidad, ya que ninguna de las escenas de sexo resulta erótica, sino poética, dramática, una película cuyo final puede resultar un golpe bajo al estómago sensible del espectador.