El reflexionar sobre la incomunicación en épocas de tecnología de punta donde todos vivimos en “red” queda ya casi como un cliché; lo mismo si partimos de la base de que la mayoría de las sociedades valoran más el placer del cuerpo, el éxito material y las relaciones fugaces antes que el amor o la familia. Sin embargo estas reflexiones casi de manual contemporáneo no dejan de ser necesarias y hasta obligadas. En Shame, el director londinense Steve McQueen, un realizador con apenas dos largometrajes en su haber pero que no han pasado inadvertidos, hace una impecable cirujía al alma de un personaje que incapaz de relacionarse con el otro hunde su vacío en la obsesión sexual.
McQueen no se queda en el mero estereotipo del hombre treintañero que le teme al compromiso, aun cuando en alguna escena el protagonista casi se defina como tal; Brandon, interpretado grandiosamente por Michael Fassbender es presentado con todo su bagaje dramático que explica sustancialmente el porqué de sus obsesiones y efímeros encuentros sexuales. Con detalles prácticamente minimalistas pero certeros, el director nos expone la causa del infierno de un hombre que tal cual reza el título del film siente cualquier cosa menos placer real. Una sola contrafigura, la de su hermana en la piel de la cada vez más ascendente Carey Mulligan, y la relación con esta nos dan claras muestras del porque de sus carencias y tormentos. Y a la vez, sintetiza con una gran habilidad dos formas contrastantes de enfrentar casi la misma realidad. Él, incapaz hasta de aceptar el cariñoso abrazo de su hermana; ella, una dependiente patológica que le teme a la soledad.
Puestos a pensar en los dramas que el 2011 nos ha ofrecido, me cuesta entender porqué Shame ha sido tan ninguneada por la Academia. No solo porque la película compone con gran maestría una historia que ronda una temática que quizá podría resbalar para el lado del grotesco y sin embargo no lo hace; sino porque Fassbender- que ya en Fishtank demostró su talento dramático- ofrece una de las mejores interpretaciones masculinas del año. Su Brandon es un hombre contenido, casi inexpresivo, que poco a poco desbordará en una crisis infernal con el que el espectador, sea este del género que sea, identificará inmediatamente.
Shame, incluso, hay que decirlo, logra mucha más profundidad psicológica sobre el tormento de un hombre sometido a actos auto reprochables que lo que logra un pretendido film sobre psicología como fue otro de los recientes estrenos en el que participó el actor irlandés, A Dangerous Method. Sin demasiado academicismo ni retóricas innecesarias, McQueen elabora con ritmo sosegado al principio pero in crescendo, casi como una regla inversamente proporcional, un verdadero descenso a los infiernos. Cuanto más parece caer el protagonista más ritmo toma la narrativa pero sin por eso parecer que de buenas a primeras quiere tirarse sobre la mesa todo aquello que no se contó antes.
Para entender a este Brandon hay que centrarse en los detalles, sus reacciones, su modo de andar por la vida; y para eso el director se sirve de una primera parte en apariencia banal, cotidiana, hasta desembocar en el verdadero meollo de la crisis. Hay escenas muy bien logradas que dicen con poco todo lo necesario, como esa corta conversación con su compañera de trabajo en una primera cita o la discusión entablada con su hermana frente al televisor.
La tensión creada por el director está tan bien madurada que aunque entendemos que el personaje en algún momento tiene que explotar no intuimos en absoluto el cuándo o cómo. La última media hora del film es una maravillosa exposición de extremismos en los que cae el protagonista con tal de hacer desaparecer ese vacío que el espectador no se impacta por la mera imagen desplegada, sino por el genuino dolor que exhala su incapacidad de conectar con alguien.
Puede que algunos encuentren en ese ahorro de diálogos y en esos constantes encuentros casuales algún elemento de reproche, de hecho me cuesta aceptar que aunque haya sociedades cada vez más liberales y que Fassbender rezuma sensualidad irresistible, haya tanta mujer dispuesta así como así a mantener relaciones con un desconocido. Pero eso es prejuicio mío, claro. Después de todo lo que importa es que este es un drama bien contado, bien actuado y excelentemente planteado, ¿qué más se podría pedir?. Incluso la música y la fotografía, una gracias a Harry Escott, la otra a Sean Bobbitt confeccionan un film sencillo en recursos pero altamente perturbador.
El film es perturbador porque más allá de las escenas de alto voltaje, que en definitiva no muestran nada diferente a lo que podríamos ver en la televisión de los últimos años, por ejemplo, en muchas escenas de sexo de series de éxito, sino porque no deja de ser un fiel retrato de la sociedad en la que vivimos. Porque aunque parezca una simbología de moralinas conocidas, Shame a fin de cuentas nos muestra a lo largo de la película la hipocresía en la que vivimos hoy, en la incapacidad que tenemos de relacionarnos verdaderamente, en las adicciones que todos tenemos por algo, en la avidez de consumirlo todo, lo que sea, en la necesidad de exponernos todo el tiempo, de hacernos notar, de que nos vean, todo para tapar la gran soledad en la que realmente las grandes ciudades viven inmersas. Escenas repetidas, como las de la ventana, reafirman este hecho, un simbolismo patente de la necesidad de exposición. Shame es en cierta medida un grito visual que todos damos de continuo pero que nadie está dispuesto a escuchar, pare ello basten las palabras de Sissy a su hermano:
Si me voy, no volveré a oir de tí. ¿No crees que eso es triste? Eres mi hermano.