Esta vez el dolor va a terminar
¿Un obsesivo sexual, o incapaz de sentir?
Shame: sin reservas es una película provocadora, sí, pero no porque el protagonista se exhiba desnudo, de frente, de perfil y de espalda mucho tiempo. Lo que provoca no es el físico, lo externo, sino todo lo que pasa por el interior de Brandon, a quien tipificar como un adicto al sexo sería, mínimo, banalizar el filme del inglés Steve McQueen.
Brandon padece de adicción sexual, es claro y cierto, y no puede mantener un vínculo serio. No es curioso: cuando cree que puede cambiar, no logra mantener la relación sexual con su ocasional pareja, ni siquiera una erección.
Brandon parece incapaz de tener una emoción. McQueen ( Hunger ) lo hace llorar dos veces al personaje: cuando escucha una lenta versión de New York, New York , cantada por su hermana Sissy (Carey Mulligan) y en otro momento que conviene no develar. Mientras tiene relaciones o se autosatisface no parece disfrutarlo.
Si hay algo que el rostro de Michael Fassbender magnifica es dolor. Como si Brandon siguiera un patrón, o una necesidad que no puede o no sabe cómo manejar. Parece encadenado a hacerlo, como un esclavo de su adicción. El calor del contacto humano no es algo que pueda observarse en él.
La caracterización del personaje (lo externo) es tan pulcra y esterilizada como el departamento que habita en Manhattan. Brandon no sonríe. Cuando viaja en subte, las mujeres lo miran fijo, en clásica situación de levante. Pero su rostro es impávido. Suponemos -sabemos- por cómo lo conocemos que él también está buscando ese contacto. Qué lo lleva a aceptar el convite es otro asunto.
Brandon ama tener orgasmos. Los puede tener con una pareja o masturbándose ante la notebook, en la ducha de su departamento neoyorquino o también en el baño de su oficina. No sabemos en qué trabaja. A él tampoco parece modificarlo o importarle demasiado, salvo que le avisan que se llevaron su computadora porque estaba infectada de virus.
El disco rígido estará con virus, pero también la cabeza de Brandon.
Al personaje de Steve McQueen no le interesa nadie. Sólo momentáneamente si ese alguien/algo le puede dar acceso al orgasmo. Sissy, su hermana, la que le dice “no somos malas personas, sólo venimos de un lugar malo” como única referencia a su pasado en común que se adivina difícil (¿incesto? ¿abuso?) es un detonante. Es su antítesis. Ella no tiene dónde vivir e irrumpe en su departamento. ¿Por qué tanta ira? Shame: sin reservas no es un filme acerca de una adicción. Verla de ese modo sería la manera más fácil. Es sobre un hombre que si sufre una disfunción no es meramente sexual, sino que se siente incapaz de entablar relaciones. Como en su opera prima, Hunger , sobre el irlandés Bobby Sands, el preso político que realizó una huelga de hambre, McQueen volvió a confiar en Fassbender. Treintaypico, alto, delgado, en su personificación está la clave del relato. No hay escena en la que no esté, escondiendo esa vergüenza de la que habla el título original, con o sin reservas.