Esta nueva película de Marvel toma un personaje poco conocido del universo de los cómics para crear una bastante efectiva historia del origen de un héroe asiático con mucha influencia del cine de artes marciales.
Si hay algún género al que las reglas aerodinámicas del universo de los superhéroes le caen como «anillo al dedo» (😉) ese es el wuxia, el cine de acción asiático histórico que ha dejado de lado conceptos tales como la gravedad hace ya décadas. Lo ha hecho más escondiendo cables que mediante efectos especiales digitales pero para lo que hoy nos importa digamos que es más o menos lo mismo: es un cine en el que la acción se utiliza coreográficamente y no necesariamente desde la lógica narrativa, un mundo en el que las reglas espacio-temporales son expandibles y el realismo es un concepto bastante lejano. ¿Qué mejor entonces que ubicar una ficha del mundo Marvel en este universo de luchadores que vuelan por los aires, dragones que echan fuego y mitologías milenarias y, convengamos, bastante incomprensibles?
A SHANG-CHI Y LA LEYENDA DE LOS DIEZ ANILLOS la favorece, y mucho, esa conexión. Es como si de golpe ese mundo instagrámico, desprovisto de peso, de la gran mayoría de la producción Marvel encontrara a un familiar perdido u olvidado, un tío chino que hacía esas cosas con más ingenio y menos dinero décadas atrás. Y gracias a eso –además del talento de los coreógrafos y los actores y especialistas en artes marciales que hay en la película–, esta debe ser la única película de la compañía en la que la suspensión de incredulidad está asegurada de entrada. De todos modos, hay momentos –sobre todo en el final– que el equipo de efectos especiales lleva las cosas un poco demasiado lejos. Pero el espectador más conocedor del paño sabrá también que nunca hay del todo un «demasiado» en el cine de acción asiático.
El otro punto a favor de SHANG-CHI es su independencia, al menos por ahora, del multiverso de aplicaciones múltiples. Es una película que se puede ver y disfrutar por sí sola, en sí misma, y salvo algunos cruces aquí o allá –además de las dos escenas post-créditos que incorporan a famosos personajes–, no hay que llevar el libro «Marvel’s Who’s Who» para entender qué cuernos pasa. Sí, es cierto, el tal Shang-Chi es un personaje casi desconocido hasta para los fans del estudio, pero eso que lo transforma en una dificultad en términos «comerciales» le da una libertad inédita respecto a lo creativo. O, al menos, una mayor a la que tienen la mayoría de los productos interconectados de la empresa.
El tercer ítem que seguramente celebrarán los críticos vendrá por el lado de la representación. Así como PANTERA NEGRA fue excesivamente aplaudida más que nada por tener un universo casi completamente afroamericano, aquí pasará lo mismo por existir en un mundo en el que todos los personajes importantes son asiáticos, está hablada en buena parte en mandarín y no tiene ningún «occidental» como intérprete o supuesta conexión con el espectador. Los estadounidenses aman hoy eso –la discusión sobre la representación en las artes está que arde allí y todo el mundo se babea cuando un gran estudio hace esto–, aunque los que vivimos en otras partes del mundo estamos un tanto más acostumbrados a ver películas de otras procedencias y con elencos más multiculturales.
Les faltó, sí, un director proveniente del wuxia o del cine de acción chino/hongkonés contemporáneo, pero como Destin Daniel Cretton es hawaiano de nacimiento y mitad japonés les pareció que con eso alcanzaba, ya que para los norteamericanos el resto de los continentes son todos más o menos iguales, como quedó claro en el cocoliche de acentos y paisajes iberoamericanos titulado THE SUICIDE SQUAD. De todos modos, Cretton, un cineasta que viene del cine independiente –realizador de films como SHORT TERM 12 y JUST MERCY— sale muy bien parado de la contienda, aportando lo que normalmente le piden a los directores en Marvel (trabajar con los actores, más que nada en las escenas de diálogos y dramáticas) dejando todo lo relacionado con la acción a los especialistas: la segunda unidad dedicada al «bardo».
Contaré poco de la película en sí porque los «marvelianos» se ponen muy nerviosos y les parece spoiler hasta mencionar lo que pasa en la primera escena. La película comienza, perdón, con Wenwu (el gran Tony Leung Chiu-wai), mítico poseedor de los diez anillos del título que le dan un poder que, como pasa de Tolkien en adelante, tiende a transformar a quienes lo poseen en seres peligrosos y, claro, inmortales. El tipo va camino a conquistarlo todo hasta que, hace unos 30 años, se topa con una enemiga insospechada: Li Fa (Fala Chen), guardiana de una tierra acaso mágica, que no solo le presenta batalla desde lo físico sino que lo enamora. Se casan y tienen hijos, uno de los cuales es el tal Shang-chi, a quien él educa duramente en las artes marciales. Pero la situación familiar se complica. Ya verán…
Más tiempo pasa y nos topamos en el presente con Shang-Chi (Simu Liu) en San Francisco, ciudad con altísimo porcentaje de población de origen asiática. El tipo trabaja estacionando coches en un restaurante junto a su gran amiga Katy (Akwafina, la más famosa en Estados Unidos del elenco, quien funciona como compañera de aventuras y comic-relief) hasta que, como suele pasar en estos casos, «el destino» viene a buscarlo –el hijo tiene algo que el padre necesita y manda a sus matones a conseguirlo– y es así como debe hacerse cargo de su pasado, de su historia y quizás de su futuro.
De allí en adelante habrá violentas –y muy bien filmadas– escenas de acción, entre las que se luce una que tiene lugar en un bus en la propia San Francisco, que es la mejor de todas después de la inicial. La trama llevará a los protagonistas a Macao –la turística Las Vegas oriental– donde seguirán las peleas y aventuras para luego intentar encontrar la tierra donde empezó todo el baile y armar allí un conflicto bélico propio de una película de Akira Kurosawa mezclada con, bueno, otras cosas un tanto más «mágicas». Todo esto, claro, en función de un enfrentamiento familiar que tiene la lógica de STAR WARS grabado en el corazón: padres, hijos y todo lo demás también. Y eso incluye, en este caso, a una tía de Shang-Chi (encarnada por la mítica Michelle Yeoh, de EL TIGRE Y EL DRAGON, entre muchísimas otras películas), a su hermana Xialing (Meng’er Zhang) y a Ben Kingsley como un personaje que algunos recordarán de alguna otra película de Marvel, entre otros.
SHANG-CHI Y LA LEYENDA DE LOS DIEZ ANILLOS funciona. Y por momentos funciona muy bien. Se desmadra un poco sobre el final –lo que ya es un must en el cine de Marvel, que siempre pone el volumen a once al final de cada show– pero no tanto como para que su gracia se pierda por completo, un poco también porque la lógica del cine de acción asiático asimila muy bien estos cambios de género hacia un terreno más claramente fantástico y, si se quiere, hasta grandilocuente.
Simu Liu es un carismático protagonista y parece arreglárselas muy bien en el terreno de las artes marciales (seguramente habrá muchos dobles y efectos, pero no se notan en ese caso) y su química con Akwafina puede ser un poco arquetípica pero igualmente funciona. Y de más está decir que Leung mejora todo lo que toca y que cada escena suya transforma la película en una mucho mejor de lo que sería sin él. El protagonista de CON ANIMO DE AMAR, ASHES OF TIME y THE GRANDMASTER (entre muchos otros clásicos del cine asiático y no solo de Wong Kar-wai) es, sin duda, es el MVP de este espectáculo, de esta «origin story» y de lo que es, finalmente, otra puerta comercial que Disney abre allá por donde nace el sol.