"Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos": el turno del superhéroe chino.
Con las artes marciales y las tradiciones chinas en el centro de la escena, la película parece solo destinada a congraciarse con el que hoy es el principal mercado cinematográfico mundial.
Apenas dos meses después del estreno de la demorada Black Widow, y con la espuma por la demanda judicial iniciada por Scarlett Johansson a Disney por el lanzamiento simultáneo en salas y streaming lejos de bajar, Marvel continúa expandiendo su universo con la segunda película de la Fase 4, que prosigue las acciones luego del cierre a toda orquesta de la Fase 3 que significó Avengers: Endgame. Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos funciona, principalmente, como la presentación de un nuevo superhéroe, lo que se traduce en una película autónoma, una pieza relativamente ajena al andamiaje previo y que puede verse sin un manual que explique las relaciones entre los personajes ni los hechos ocurridos en las entregas anteriores. Que Shang-Chi sea de origen chino implica, en términos de marketing, lo mismo que la versión live-action de Mulán: la posibilidad de congraciarse con el que hoy es el principal mercado cinematográfico mundial. Conscientes de eso, los productores reunieron un elenco con leyendas del cine asiático (Michelle Yeoh y Tony Leung, este último habitual colaborador de Wong Kar-wai) y un par de protagonistas norteamericanos, pero de ascendencia china (Awkwafina y Simu Liu).
La idea de una película de Marvel pensada para contentar a un colectivo particular enciende las luces de alerta, teniendo en cuenta que es una maniobra similar a la de Pantera Negra con los afroamericanos. Pero aquí no hay una celebración como la de la película protagonizada por el fallecido Chadwick Boseman: si allí había un intento culposo de empoderamiento para nada encubierto del black power, aquí la cuestión pasa por vehiculizar las acciones mediante uno de los géneros por excelencia del cine asiático como es el wuxia, con las artes marciales y las tradiciones chinas en el centro de la escena. Como señaló Diego Lerer, ese universo de patadas voladoras, espadas afiladas y múltiples giros en el aire lleva en su ADN el mismo requisito de la suspensión de la credulidad del mundo Marvel. Claro que aquí, como en casi todas las películas de encapotados, el asunto empieza a pasarse de rosca.
Hasta su último tercio, Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos tiene los pies en la tierra y describe los orígenes del héroe de turno. Para eso se remonta unas cuantas décadas atrás, cuando Wenwu (Leung) se hace de los anillos del título y, con ellos, de una fuerza extraordinaria que lo hace inmortal. Demasiada tentación no intentar conquistar el mundo entero, como todo villano de Marvel. El problema es que se cruza con una guardiana de una tierra mágica a quien no solo no puede vencer, sino que termina enamorado y teniendo varios hijos. Uno es Shang-Chi (Simu Liu), que cuando la situación familiar se complica termina trabajando como valet parking en Estados Unidos junto a su amiga Katy (Akwafina, haciendo las veces de eficiente comic-relief). El pasado parece lejano, hasta que vuelve a buscarlo. Lo encuentra en un colectivo, lo que depara un enfrentamiento de un solo hombre contra un grupo de matones que recuerda a la de la reciente Nadie.
Quien lo busca es su padre. Y allí arranca, entonces, el camino del héroe hacia el reencuentro con su identidad y su esencia mitológica. Un camino que lo llevará primero a Macao, donde deberá sortear los primeros obstáculos con peleas que el director Destin Cretton –proveniente del ala indie de la industria– tiene el tino de filmar sin abusar del montaje, dándole una espectacularidad física poco habitual para un tipo de cine donde espectáculo es sinónimo de efectos especiales. Tan poco habitual, que sobre la última parte Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos retoma aquella máxima según la cual mientras más grande, mejor. Llega el turno del despliegue visual, el ruido y las peleas con criaturas digitales. Marvel puede cambiar el color de piel de sus héroes, pero no sus mañas.