El universo cinematográfico de Marvel continúa su expansión a paso firme y vuelve a instalar en la pantalla grande una película efectiva y sorprendente. Shang-Chi quizás sea el personaje en ciernes menos conocido de la fábrica de superhéroes masivos, pero no por eso el menos interesante. Las fichas puestas en el joven karateca no solo significan una decisión arriesgada tras los eventos de Avengers: Endgame, sino también una apuesta total por llegar a nuevos públicos.
Marvel iza una vez más la bandera de la diversidad racial (Pantera Negra significó la inclusión de la comunidad afroamericana, por ejemplo) con una película que tiene en sus filas a grandes estrellas, como Tony Leung, Ben Kingsley y Michelle Yeoh, y a actores y a actrices menos conocidos, pero igual de diligentes a la hora de repartir piñas y patadas voladoras, como los protagonistas Simu Liu y Awkwafina.
El director Destin Daniel Cretton (El castillo de cristal) conjuga el fantasy, la aventura y la acción marcial con un protagonista que se abre paso a las patadas, en escenas de maniobras imposibles, capaces de subir la adrenalina tanto de los personajes como del público. Eso ocurre en una de las logradas primeras escenas en un colectivo en marcha, cuando descubrimos las habilidades físicas de Shang-Chi (Simu Liu), quien trabaja como valet parking en un hotel de lujo, junto con su amiga Katy (Awkwafina).
Después de un prólogo que contextualiza el surgimiento de la leyenda de los diez anillos, y que presenta de manera elegante y expeditiva al padre y a la madre del protagonista, el filme se ubica en la actualidad para mostrar cómo Shang-Chi tiene que lidiar contra el regreso del padre, quien viene a buscarlo para que lo ayude a traer a la madre del más allá, donde supuestamente aguarda viva. Es así que el principal enemigo de Shang-Chi será su propio padre.
Si bien la película pudo haber aprovechado más el dilema familiar de la trama, rápidamente advierte que su propósito no es hacer lecturas psicológicas del asunto, sino sacarles el jugo a las escenas de acción y entregar un entretenimiento puro y duro, con una fórmula que ya conocemos, pero que siempre introduce alguna novedad que permite disfrutar la película como si se tratara de la buena nueva del cine a escala planetaria.
Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos es una ristra magnética de coreografías marciales prodigiosas, que se confunde con sofisticados efectos visuales propios del fantasy (hay una épica pelea entre dos dragones) y los derroteros trepidantes de la aventura más física.
El filme es un espectáculo que tiene cuantiosos pasos de comedia para amenizar la historia cuando se pone un poco dramática, aunque nunca llega a ser una película pesada (a pesar de sus 132 minutos), sino más bien un filme que sabe mantener el tono de comedia con personajes entrañables.
Por supuesto, Marvel siempre saca de la galera momentos que dotan a la película de sutilezas y genialidades. Por ejemplo, en la primera de las dos escenas poscréditos, que probablemente sea de lo mejor de un filme comercial sólido y superentretenido.