Empecemos por el problema: muchas de las secuencias de artes marciales (las coreografías son excelentes, en general) incluyen momentos donde no se ve el cuerpo entero. Puede parecer un detalle de obsesivo, pero afecta el resultado final de esta versión superhéroes del tradicional género wuxia (grandes novelas con artes marciales) asiático. Aquí hay dos películas: la historia de un hombre que fue malo, se redimió por amor y volvió a caer en el mal ante la pérdida del ser amado (lo que además conlleva a un melodrama familiar) y la de una serie de leyendas fantásticas, un auténtico cuento de hadas. El lazo entre los dos estratos es Shang-Chi, el personaje que interpreta Simu Liu, y es su actuación -con todo el cuerpo- la que puede unir el registro cómico de Awkwafina con el trágico del gran Tony Leung (el favorito, y con razón, de Wong Kar-wai, tan comprometido aquí con su personaje como en Happy Together, aquí más cerca de su perfecta performance de Infernal Affairs, la versión original de Los infiltrados). Lo mejor de Shang-Chi es que la combinación de elementos funciona y que el espectáculo, en general, conmueve la vista y llega a una emoción real. Raro si se tiene en cuenta que es una obra tejida a puro lugar común.