Vuelven las historias de origen al MCU, solo que ahora Tony Leung (In the Mood for Love) es el villano.
¿De qué va? Tras 10 años bajo el nombre de Shaun, Shang-Chi debe desempolvar sus puños para poner fin a la amenaza de Xu Wenwu, el portador de los 10 anillos y su mismísimo padre.
El símbolo de diez anillos entrelazados inunda la pantalla. Luego, una voz en off nos zambulle en la leyenda de dichos anillos, y de cómo Xu Wenwu (Tony Chiu-Wai Leung) eligió el poder de la inmortalidad ante la proclamación de una paz unificada. Pero sus maliciosas intenciones de dominar todos los imperios a la redonda queda en pausa cuando conoce a Li (Fala Chen), la mujer que traza un nuevo destino para Wenwu. Mientras ambos comparten miradas en una suerte de danza de apareamiento, los amantes se encuentran y se vuelven uno, dejando atrás la malicia y haciendo entrar la bondad y el entendimiento.
Habiendo dejado los anillos atrás, Wenwu hamaca al pequeño Shang-Chi, fruto de un amor constituido, heredero del cariño de un padre contemplativo y una madre comprensiva. Pero la muerte de esta trae a flote el camino abandonado, el del dolor y la venganza, haciendo que Wenwu retome aquella misión de antaño, y poniendo en jaque el presente y el futuro de Shang, que debe dejar su niñez para transformarse en la proyección de su padre; un arma aniquiladora.
Es así que Shang, ya crecido, abandona el camino de la violencia como así a su padre y a su propia tierra. Bajo en nombre de Shaun (hay un remate graciosísimo sobre este cambio de nombre), el hijo conflictuado, interpretado por Simu Liu, inicia una nueva vida en San Francisco, la cuál permanecerá en paz por solo 10 años.
A partir de aquí inicia la aventura y, tal vez, una de las mejores cintas marvelitas de los últimos años.
Destin Daniel Cretton, director de la magnífica Short Them 12, nos trae un respiro de aire fresco que no se sentía desde Black Panther. Y no, no es solo por su diversidad, sino por su inteligencia a la hora de plantearnos un conflicto interno que sobrepasa, por varios momentos, al externo. Esto es, por mucho, algo que destaca dentro de este universo, en donde la espectacularidad y el excesivo CGI (cosas que no faltan en esta) es el foco de atención principal.
Desde el prólogo contemplamos el inicio de la dualidad que se presenta en nuestro villano, Wenwu; de emperador maligno a amante, de marido a padre. Esta herencia llega al mismismo Shang, pero a la inversa. Rodeado de amor y comprensión, el cordón umbilical de Shang se corta trágicamente, presenciando no solo la muerte de su madre, sino la de su padre. No una muerte física, sino simbólica. Aquella figura paterna justa y comprensible queda en la oscuridad, reviviendo de entre las sombras la tristeza y la obsesión de derramar sangre.
Es así que Shaun, viviendo una rutina tan banal como la de cualquier mortal, suspende su propia superación entre copas y karaokes. Si, nuestro héroe sufre de depresión, pero ni él ni el espectador lo sabe, porque la compañía ratona se encarga de camuflar bajo gags y situaciones tan hilarantes como innecesarias un conflicto más que interesante.
No me mal interpreten, dentro de los 20 chistes que tiran, me reí en unos 5, pero la verdadera pregunta que quiero hacer es: ¿Necesitamos de estas situaciones hilarantes para aplacar la transformación de personaje tan rica?
Comprendiendo que la visión de un autor es casi nula en cintas como estas, creo que, luego de 13 años de películas de esta índole, podemos hacer un parate y reflexionar sobre esto. No vamos a cambiar nada, al menos no más que nuestra propia forma de interpretación y de disfrute de la misma, pero me resulta obligatorio plantear esta incógnita, por el bien de la creatividad artística.
De todas formas, y sin irme a un análisis interpretativo de qué nos deja o no una película de MCU, cabe destacar que el humor que trae la cinta, por más cómodo que sea por momentos, resalta mucho más que un Thor juguetón o una familia de espías rusos horriblemente construidos por un simple hecho; nuestros personajes, tanto Shaun como Katy (Awkwafina), utilizan el humor como medio de escape. Entonces, con esta característica tan sencilla como efectiva, somos participes de charlas que nos hacen empatizar y hasta sonreír con la química que manejan ambos aventureros.
Estas situaciones son las que dejan ver que la mano autoral puede hacer mucho con muy poco.
En definitiva, y sin nombrar en detalle que las escenas de lucha y las coreografías tienen mucho más amor y planeamiento que una mera pantalla verde insípida y antipática, el film logra, gracias a un casting soberbio y a unas cabezas creativas que van más allá de vender un boleto para una montaña rusa, sostenerse por sí mismo, sin apoyarse constantemente en las bases de un mundo que brilló con anterioridad.
Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos es sobre el legado de una vida no deseada, y la lucha constante entre abrazarlo y formar parte, o dejarlo de lado para sobrevivir en las sombras de la ignorancia.