Shang-Chi es a los asiáticos lo que Pantera Negra significa para la comunidad afroamericana en el universo cinematográfico de Marvel (MCU). La única (y fundamental) diferencia entre ambos es que el mundo ficticio de Wakanda y su personaje central aparecen con aventura propia después de la entrada de su personaje principal en Capitán América: Civil War. En cambio, este capítulo de afirmación y representación asiática comienza desde cero, lo que le permite a Marvel contar una historia que en principio le es completamente ajena y tiene mucho más que ver con otro mundo: las películas de artes marciales y sobre todo el wuxia, esa especialidad dominada por héroes y villanos que desafían la ley de gravedad combatiendo en escenarios de leyenda.
La película se mueve con habilidad entre esos espacios míticos y la actualidad, y entre el arraigo a las tradiciones del Lejano Oriente y la asimilación de las nuevas generaciones a la vida en Estados Unidos. No es casual que se hable casi por partes iguales en inglés y en mandarín, y que la primera gran escena de acción (hay muchas y muy buenas) transcurra dentro de un colectivo en San Francisco. Las espléndidas coreografías de esas secuencias remiten mucho más a las tradiciones del cine asiático de acción que a la referencia contemporánea de Marvel. En ese sentido, Shang Chi es otra clase de superhéroe.
Todas esas dimensiones se conectan con la leyenda del título, que alude a legados ancestrales, luchas fratricidas, cuestiones de familia, amores y ambiciones de poder que trascienden tiempo y espacio. La conexión principal involucra al dueño de un poder legendario (el gran Tony Leung) y su hijo (Simu Liu, excelente), que vive en principio ajeno a ese mundo.
Toda esta perspectiva evoluciona con claridad, personajes comprometidos con su misión y un muy logrado espíritu humorístico en el que Awkwafina tiene mucho para decir. Eso sí: al relato le sobran unos cuantos minutos y el tramo final cae en la tentación de la grandilocuencia y el exceso de efectos visuales dispuesto para el gran despliegue de imponentes y monstruosas criaturas, otro guiño al cine asiático. Más atractivo y mejor aprovechado es el costado risueño, al que se suma el retornado personaje de Ben Kingsley. Desde allí empieza a construirse la conexión entre Shang Chi y el MCU. Esa integración empezará a hacerse más seria en las infaltables escenas poscréditos.