En piloto automático.
No importa cuando lea esto: Marvel sigue expandiéndose, y pareciera que todas sus superproducciones desembarcarán a su tiempo en algo aún más grande de lo que significó el fenómeno de Infinity War. Tal vez me esté adelantando, sí; pero la realidad es que el “producto superhéroe” ya ha demostrado en varias ocasiones que no posee techo alguno (sobre todo en términos de presupuesto).
En esta ocasión, le ha llegado su turno de mostrarse a Shang–Chi: una película dirigida por Destin Daniel Cretton, que narra los acontecimientos que tuvo que enfrentar Shang (interpretado por Simu Liu) para obtener los diez anillos de poder. Durante este camino recién mencionado se pondrá en juego una conocida ecuación cinematográfica que suele ofrecer Marvel para con sus películas: a un personaje enclenque lo persigue un pasado oscuro que en algún momento determinado lo obligará a mostrarse ante todos como un ser diferente y, por ende, estará destinado a partirse la madre con la búsqueda de salvar el mundo.
En este caso el pasado que persigue a Shang son “los diez anillos”, una súper organización criminal que es comandada por su padre, conocido como “el Mandarín” (interpretado por Tony Leung), un hombre que gracias al poder de los anillos ha vivido cerca más de diez vidas, y su única intención a lo largo de ellas fue ir consiguiendo poder alrededor del mundo. Al menos así fue hasta que, en la búsqueda de una aldea secreta, conoció a Leiko Wu (Fala Chen); la mujer de quien se enamoraría y se transformaría en la madre de sus hijos.
Pero como poco dura la paz, la muerte de Leiko significó una recaída total para el Mandarín, y este se vio obligado a entrenar a su hijo con el fin de que el niño se convierta en asesino y pueda así heredar el poder de los anillos. Lejos de querer esto, Shang decidió escapar con el fin de no volver a ver a su padre, dejando atrás a su hermana menor.
Shang–Chi y la leyenda de los diez anillos es una película que a pesar de tener su núcleo central en las escenas de arte marcial (las cuales consiguen brindar grandes cuotas de acción y buenas coreografías) logra llegar a su apogeo gracias al constante alivio cómico encabezado por Katy (interpretada por Awkwafina) la mejor amiga de Shang, para luego dar un salto de calidad gracias a la aparición de Ben Kingsley, quien interpreta a Trevor Slattery (los fans recordaran su interpretación en Iron Man 3). Porque, a decir verdad y obviando la mega producción que conllevan todas las cintas de Marvel, esta debe ser una de las películas con el guion más flojo de todas: el desarrollo de los personajes es paupérrimo, la misión del antagonista parte de una ilusión obvia y descuidada, y el desenlace de los últimos dos arcos posee una pobreza narrativa abrumadora.
Aun así, con aciertos y errores (y sin miedo al fracaso corporativo), Marvel sigue expandiéndose a un nivel nunca antes visto en el universo transmedia, y claro está que Shang–Chi (a pesar de los palos recibidos) no será la piedra en el camino, ya que la cinta logra definirse como un entretenimiento genérico y funcional.
PD: ¿escena post – créditos? Sí, con caras conocidas y el pie hacia la posibilidad de una nueva aventura épica. U expansión. Llámelo como a usted más le guste.