El comienzo de “Shaun, el cordero” es impactante. Una secuencia de montaje con un ritmo vibrante que, desde la secuencia de títulos, da cuenta de varios años de historia de una granja de las afueras de una ciudad paradigmática (llamada, con sutil sentido del humor, “Big City”), desde los tiempos donde el dueño de la granja y sus animales vivieron tiempos de prosperidad, felicidad y sueños compartidos, hasta la actualidad, donde se presenta como gris y rutinaria en donde las ovejas sufren de la autoridad del perro pastor y de la desidia cansina del patrón del pequeño campo.
Es cuestión de que Shaun, la oveja más inquieta del rebaño, vea un cartel de publicidad en un colectivo que llama al goce y al descanso para que la película se ponga en marcha. “Para nosotras, la libertad” parecen decir las ovejas recordando aquel clásico film mudo de Rene Clair. Y la referencia no es gratuita, “Shaun, el cordero” no necesita de palabras para narrar con maestría, llevando al stop motion los mejores recursos de Buster Keaton (humor físico y lleno de gags) y de Chaplin (burla a la autoridad y personajes que recorren la marginalidad) el film nos envuelve inevitablemente.
Las ovejas deciden engañar al perro y dormir al jefe para disfrutar de un poco de tiempo libre, pero el plan no sale del todo bien, y lo que quería ser una simple salida de la rutina se transforma en un problema mayor: el Jefe termina accidentado en Big City y sufre la perdida de su memoria. El perro va a su rescate. La granja queda a mano de los animales, reina la anarquía y el desorden. Es así que, arrepentido, Shaun decide ir en busca del Jefe acompañado del rebaño de ovejas.
Para cumplir su objetivo, las ovejas deberán enfrentar la cruda realidad de la ciudad. Yendo del campo a una gran urbe se transforman en parte de la masa de animales callejeros perseguidos por un cruel y patético carcelero de animales. Deberán enfrentar el hambre y el desprecio de la alta sociedad. Como es previsible, en este tipo de películas, logran su objetivo y rescatan al Jefe.
Al igual que en “Metropolis”, una gran película muda sintomática de la república de Weimar, los trabajadores (las ovejas) hacen un esfuerzo inmenso y transitan una experiencia de intensa autonomía para volver al punto de partida, paradojicamente el punto que desencadenó el conflicto. Las ovejas hacen lo que hacen porque están cansadas de la rutina, las fuerzas que desencadenan sus acciones parecen ir muy lejos, por tanto, parecen concluir las ovejas, mejor volvamos a la granja y dejemos que los que saben ordenen nuestro mundo. En “Metropolis” el obrero se da la mano con el burgués en un plano emblemático. Aquí, y sin tantos preámbulos, Shaun se da la mano con el perro.
Esta película de animación para niños parece hablarle a los grandotes burgueses de la Europa en crisis, como si quisiera llamarlos a abandonar el capitalismo hiper concentrado y de la hiper comunicación que reina en “Big City” para reconstruir un añorado estado de bienestar donde las ovejas puedan volver a sonreír. Luego de una gran dosis de libertad y desparpajo, el film parece querer convencernos que no hay nada más lindo que volver al orden. Pero después de lo que la misma película nos mostró, ya no podemos creerle.