Por una nueva rebelión en la granja
Fundamentalistas de la animación cuadro a cuadro, los creadores de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga proponen aquí una película para los más chicos, protagonizada por un cordero rebelde. Y lo hacen con una pudorosa maestría británica.
Shaun, el cordero es lo más reciente del estudio británico Aardman Animation, fundamentalistas de la animación cuadro a cuadro y creadores de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga. A diferencia de aquéllas, Shaun, el cordero –de humor sencillo y naïf, menos dado a referencias y alusiones– está apuntada a un público más pequeño, aunque por supuesto los adultos no quedan excluidos. Poco conocido en Argentina, el cordero del título protagonizó, entre 2007 y 2014, una serie televisiva de cortos de siete minutos, en la que destacó como una clase bastante poco habitual de oveja rebelde. Su rebeldía es el disparador de este primer largo.En la granja donde Shaun –que es una cría– pasta junto a los suyos, los días se repiten. A la mañana, bien temprano, el granjero salta de la cama, se afeita, le pega un chiflido al perro Bitzer, juntos arrean a las ovejas y cuando cae la tarde, de vuelta al corral. Aburrido de tanta regimentación, un día Shaun organiza la (inocente) rebelión. Hacen desaparecer la tabla de horarios que organiza la rutina diaria, distraen a Bitzer con ayuda de un pato que cobra en rodajas de pan lactal por el servicio (y que tiene manos, como suelen tener todos los animalitos de Aardman), meten al granjero, que es de sueño muuuy pesado, en una casa rodante, y se toman el día libre. Pero, claro, la casa rodante se pone en movimiento y sale disparada rumbo a La Gran Ciudad (que se llama así), con el granjero tan dormido como Little Nemo en la clásica historieta de Winsor McKay. Preocupado por el destino del dueño, Shaun parte en su rescate, y detrás de él va el resto del rebaño.El estilo Aardman siempre fue abundante en peripecias, renuente a caracterizaciones y psicologías. Sigue siéndolo. La acción se deja llevar por el simple encadenamiento de sucesos, de uno en otro. Ni siquiera es efecto dominó, que presupone el empujón de cada secuencia por la que viene detrás. Tal vez por su ambientación campestre, Shaun, el cordero no es vertiginosa, ni frenética: las acciones se suceden con naturalidad, como sin planificación previa. Lo cual es muy propio del “dejarse llevar” de los chicos chicos. Los personajes están pintados, cuando esto sucede, con una única característica, que puede ser incluso colateral. La rebeldía de Shaun no es sistemática, lo único que caracteriza al granjero es su sueño pesado y aparece un villano, un empleado de lo que en Argentina tiempo atrás se conocía como “La Perrera”, que persigue a ovejas y corderos con una suerte de picana, asumiendo eventualmente algún don propio de Terminator.Lo que rige a los personajes no es su carácter, sino su simple condición de agentes de la acción: minimalismo animado, que recuerda la ausencia de psicologismo de mucho cine contemporáneo no animado. La política de eliminación de todo lo prescindible incluye el habla: los personajes no hablan ningún idioma conocido. Balbucean apenas una guturalidad entrecortadas, que recuerda la “lengua” de su connacional Mr. Bean. Escrita y dirigida por Mark Burton (con antecedentes como guionista, incluyendo Madagascar) y Richard Starzak (director de la serie), Shaun, el cordero es, en términos de animación, tan sencilla y minimalista como el proyecto todo. La técnica es transparente, con detalles que hacen visible la plastilina y la “lana”, de brillo bien sintético. Por mucho que domine la técnica de stop motion, Aardman tiene, en relación con su maestría, una ética de bajo perfil, muy británica. Casi como si les diera pudor hacerlo tan bien.