Ah, Aardman, no sabíamos cuanto te necesitábamos. El excelente estudio británico, hogar de delicias como Pollitos en Fuga y Wallace & Gromit, vuelve a marcarse otro fabuloso tanto con Shaun the Sheep, una simple pero entrañable aventura que resulta gratificante y divierte a la vez que emociona.
Rebosante de adorables personajes y un carismático protagonista, Shaun the Sheep establece en su introducción a los habitantes de una granja y su aburrida rutina diaria. Que en menos de cinco minutos y sin diálogo alguno se disponga el centro emotivo de la película es un gran punto a favor, una increíble característica que nada tiene que envidiarle a Disney y a Pixar. Lo que parecía un simple día de descanso entre rutina, se transforma en una aventura por regresar al status quo que la granja tuvo cuando las cosas se salgan de control y los animales terminen sin dueño, perdido y con amnesia en la gran ciudad.
Mark Burton y Richard Starzak, directores y guionistas, marcan en menos de hora y media una historia que funciona tanto para los más pequeños como para los más grandes, que sabrán sacarle jugo a una película que ofrece incontables guiños para aquellos que sepan observarla con detenimiento. El constante ridículo y el sinsentido de todas las situaciones es abrazado como el corazón del film, acompañado con una excelente animación stop motion y un diseño espectacular de todas las criaturas que pululan la pantalla. En este apartado, es usual ver que grandes actores le dan voces a personajes animados, pero en el caso del mundo de Shaun the Sheep nadie habla, sino que todos son balbuceos y gruñidos animales, lo que genera aún más ternura y simpatía por todos los involucrados. Todo lo que se transmite usualmente por diálogos acá son miradas, gestos, sonidos, y ese ingenio por transmitir emociones sin palabras aumenta el valor de la película en forma exponencial.
Shaun the Sheep es una maravillosa fábula animada, divertida y emotiva al mismo tiempo, que no decepciona en absoluto y posiciona a Aardman como una opción secundaria cuando el dominio de ciertas compañías parece omnipotente. Una verdadera perlita.